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Medio Ambiente
Geoffroy Delorme, fotógrafo y escritor: «Vivir siete años en un bosque me enseñó a ser humano»
A Geoffroy Delorme (Francia, 1985) nunca le ha asustado la soledad. Educado en casa, pasaba los días en su habitación, contemplando desde su ventana el bosque de Louviers, en Normandía. Un día decidió adentrarse en él y allí vivió durante 7 años–de los 19 a los 26–, donde una familia de corzos le acogió como uno más de la manada. Ahora, a sus 37 años, el fotógrafo cuenta su experiencia en «El hombre corzo» (Ed. Capitán Swing).
¿Qué le lleva a embarcarse en semejante aventura?
Quería descubrir quién soy realmente. De niño, siempre tenía esa extraña sensación de no formar parte del todo de la civilización. Solía observar a los pájaros y otros animales, y me rompía el corazón estar encerrado. No ser como ellos. No ser libre. No iba la escuela y eso me aisló. Sin amigos, sin salir... Mi visión del mundo se limitaba a la ventana de mi habitación, que daba al bosque. Esto creó un deseo aún mayor de ir a la aventura. Y vivir con los ciervos me permitió encontrar lo que había ido a buscar sin saberlo: ser humano.
En casa, leías y leías...
Los libros que más me acompañaron durante mi juventud fueron escritos por aventureros y científicos. Nicolas Vanier me explicó que era posible dormir en la nieve. Jane Goodall y Dian Fossey me enseñaron que podemos entender la naturaleza de otra manera.
¿Por qué eligió a los corzos?
En realidad, no elegí los ciervos. Ellos me eligieron a mí.
¿Cómo fue su acercamiento?
Lo primero que hice fue asentarme en una zona del bosque donde pudiera encontrar comida y protección. Acabé cruzándome con otros animales que se preguntaban qué hacía yo allí. Al darse cuenta de que no era un peligro para ellos, la curiosidad empezó a prevalecer sobre su miedo. Los ciervos fueron los primeros animales en acercarse más. Al ver que siempre me seguían, decidí ver si aceptaban que caminara detrás de ellos.
Acabó convirtiéndolos en su familia. Les puso nombre.
El juego comenzó así con Daguet, luego Sipointe, siguió con Etoile y así sucesivamente. Vivir con los ciervos es como intentar construir un gigantesco puzzle emocional. El rompecabezas se fue construyendo a través de los sentidos. Comenzaron con el olfato. Luego, el sonido de mis pisadas se les hizo más familiar. Al acercarme, pudieron distinguir mejor mi cara y las posturas de mi cuerpo. Después de varios meses, la confianza era tan grande que algunos venían a mi lado. El tacto es la fase final. Acabaron por tocarme. A partir de ahí, la confianza fue absoluta.
¿Su recuerdo más feliz?
El momento más bonito fue, sin duda, asistir al nacimiento de Chevi. Y cuando vino a tocarme la cara por primera vez. Todavía recuerdo su vacilación. Puedes leerles como un libro abierto.
¿Y el más devastador?
La muerte de Etoile, la madre de Chevi. A partir de ahí, en el bosque, aprendí a integrar la muerte como una simbiosis de los vivos. La muerte no es un accidente de la vida ni un castigo, y menos aún el enemigo de la vida. Vivir en la naturaleza es comprender la unión amistosa de la vida y la muerte. Un árbol muerto y musgoso con un tronco hueco del que salen juguetones cachorros de zorro a finales de la primavera... ¿No hay imagen más bella que ver la magnificencia de la vida en la muerte?
¿Cómo fue su regreso?
Volver a la sociedad fue más difícil que irme a vivir al bosque. Como un ‘electroshock.’ Mis valores y leyes eran opuestas a las que nuestra civilización ha construido. Metuve que adaptar para no destruirme.
¿Qué pretende su libro?
No pretendo transformar el mundo. Deseo compartir mis conocimientos y mis sentimientos para hacer que el mayor número posible de personas descubra las alegrías de una vida sencilla y feliz, que puede estar totalmente en armonía con la comodidad que nos ofrece la tecnología. ¡Verás qué bien se vive cuando aprecias las cosas por su belleza y no por su valor, cuando olvides la conciencia de tu existencia egoísta! Ser uno con el planeta es descubrir que, al fin y al cabo, la naturaleza eres tú.
¿Volverá al bosque algún día?
En cierto modo, sigo viviendo en el bosque. Está dentro de mí, tan firmemente unido como un miembro de mi cuerpo. Vaya donde vaya, estoy en casa. Sobre revivir esta experiencia... por qué no, pero, ¿con qué fin? Ya encontré lo que fui a buscar. Creo que hay un momento para vivir las historias y otro para contarlas. Tal vez un día, pronto, comience otra.
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