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Medio Ambiente

Findestío (I)

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Esta columna de hoy en LA RAZÓN, se escribió el martes 9 de agosto, en plena canícula; o si se prefiere, en el «verano profundo» de los anglos, o el «ferragosto» de los italianos. Son días para descansar, y sin necesidad de mirar en el Diccionario de la Lengua Española (DLE), eso significa, más o menos, «dejar de cansarse». Es decir, abrir un paréntesis en los trabajos ordinarios para recuperar fuelle, y reanudar después los esfuerzos interrumpidos.

Hay muchas maneras de descansar. En ese sentido, algunos evocan los veraneos de antaño, cuando los madrileños de mayor renta podían alejarse de la Villa y Corte, al Norte; apacible y refrescante, a orillas del Cantábrico, por dos meses o más, en lo que parecía más un nomadismo anual, que no la búsqueda del reposo.

Hoy todo es otra cosa: parece como si con el cambio climático se hubiera hecho una especie de tabula rasa, y a los 40 grados de temperatura se ha llegado ya en el

Norte hace tiempo. En tanto que los incendios, de bosques o no, amenazan toda la Península Ibérica, ya sin ningún lugar a salvo del fuego latente por doquier.

El tiempo de los largos veraneos ha pasado definitivamente. Ahora se lleva más bien –por quienes pueden permitírselo– pasar una semana en Marbella, hacer un recorrido en barco por las Islas Baleares; con una escapada final, en el escenario óptimo a Cerdeña, no necesariamente a la Costa Esmeralda. Y ya para septiembre, volver pausadamente a Madrid, pensando en el «findestío».

Naturalmente, el último recurso del verano siempre puede estar en encontrar huecos para la lectura: un libro sobre Thomas Mann, un recuerdo de cómo se fraguó la Primera Guerra Mundial, o una buena novela: ¡qué difícil es encontrarla entre tanta hojarasca!, que pueda ayudar en las horas más cálidas del día.

Seguiremos la semana próxima con el «Findestío II».

E-mail: castecien@bitmailer.net