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Los recientes sucesos de Perú, con la destitución del presidente Castillo, por su presunto intento de un autogolpe de Estado, para proclamar una especie de dictadura, ha tenido lógicamente gran impacto en toda Iberoamérica. Y como digo muchas veces, empleo esta expresión –en vez de Latinoamérica–, por aquello de que esta última fue un invento de Napoleón III, para asociar el espíritu francés a sus intentonas mexicanas y ningunear a España.
No nos ha sorprendido nada lo de un golpe de Estado más en Perú, porque su historia es más que copiosa en esos trances. Y bien que lo sabía Alán García, presidente que fue dos veces de la nación peruana, y que terminó suicidándose para defender su honor. Don Alán conocía perfectamente su país, e incluso defendió la tesis de que los españoles fueron verdaderos libertadores de la opresión incaica; que con superestructura militar y organizativa se había sobrepuesto a los intereses de muchos pueblos antes libres.
Hoy, Perú es un problema, y a poco más de un año de elegirse al in cierto« presidente del sombrero », Castillo se encuentra detenido por su propia guardia personal. Con reacción más que sonora de sus partidarios contra la nueva presidenta, que sin grandes apoyos pretende continuar disfrutando del mando hasta 2026.
Y los líderes izquierdosos de las Américas, desde Boric en Chile y AMLO en México, pasando por Petro, Maduro, etcétera, solamente ofrecen unas políticas que pueden generar el típico efecto empobrecimiento, con un estatismo burocrático y una corrupción que lo ahoga todo gradualmente. Sin que Lula parezca que vaya a ser el arcángel salvador que algunos aún esperan.
¿Qué pasa en la tierra de Atahualpa, Francisco Pizarro, y Belaunde Terry; a quien sus paisanos llamaban, en tiempos menos heroicos, «Cejijunto Yupanki»? Veremos. NOTA BENE: Dedico este artículo a mis amigos peruanos Claire y Hugo Neira, antropóloga ella y politólogo él.
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