Cambio de régimen
Marcelino Santos Capalvo Trillo nació en Ponzano (Huesca) en 1876, se ordenó de sacerdote en 1902. En el año 1906 pasó a la diócesis de Barbastro, donde fue canónigo en su catedral, rector del Seminario Conciliar, profesor del mismo y Director de El Cruzado Aragonés, semanario de Barbastro. Don Marcelino participó activamente en la vida de la ciudad y diócesis de Barbastro, destacando la consagración de la ciudad de Barbastro al Corazón de Jesús el día 11 de abril de 1925, festividad del Corpus Christi. Once años más tarde, no habría esas muestras de adhesión a Jesucristo, y saldrían de esta plaza detenidos para ser asesinados, el obispo Florentino Asensio, canónigos, sacerdotes diocesanos, religiosos y laicos.
Fue un escritor prolífico, escribiendo sobre temas locales y también nacionales. Con motivo de la proclamación de la segunda república, escribe un artículo en “El Cruzado Aragonés” titulado “Cambio de régimen en España”:
“La jornada era y ha sido decisiva. Aún hay quien no lo cree así y no salen de su asombro, a pesar de haberse anunciado a tambor batiente. Son los de siempre; los eternos durmientes y tranquilos hasta que las llamaradas del incendio prenden voraces en sus cosas y en sus intereses. El hecho es cierto. Se ha abatido la secular y tradicional Monarquía española y se ha proclamado en toda la nación la República. La Providencia del Señor tiene infinitos medios y escoge a veces senderos difíciles y pedregosos para conducir a los pueblos a través de la historia de la humanidad. Acatemos sus designios. Reflexionemos”.
Después de las quemas de iglesias y conventos en mayo de 1931, don Marcelino escribe un artículo ponderado, titulado “La “Segunda Semana” del Siglo”, en alusión a la Semana Trágica de 1909.
“Sufrieron, con preferencia, las iras de los incendiarios en 1909, como las han sufrido en 1931 los edificios de las instituciones religiosas dedicadas a obras de caridad y acción social cristianas, alcanzando en los últimos sucesos a más altas instituciones de la Iglesia Católica. (…) Tal vez echamos de menos un débil suspiro de condolencia por tanto desastre y pérdida de obras de arte y pedagogía, siquiera en correspondencia y relación a los entusiasmos artísticos y a las lágrimas que vertieron algunos periódicos cuando se denunció, aunque no fuera, más que el abandono o agrietamiento del capitel de alguna iglesia, convento o la venta legítima de un cuadro de dudoso mérito.
Condenamos enérgicamente, como siempre, todo atentado, toda perturbación del orden, en todo momento de la vida nacional, precisamente como contrario al ejercicio de la libertad” (16-V-1931).
En enero de 1932 escribe “Disolución de la Compañía de Jesús en España. Un triple error”, en el que cita numerosos artículos de la prensa nacional y los analiza. Concluye de esta manera:
“-Sacerdotes, religiosos todos de la Compañía que os dirigís al destierro contentos y alegres como los Apóstoles, yo os envidio y os admiro como os admiran y envidian los sacerdotes y religiosos del mundo entero, rogando por vosotros al veros desfilar disciplinados y obedientes hacia extranjeras naciones con el breviario en la mano y entonando resignadamente contentos... In exitu Israel de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro...”(1).
El asalto al Seminario de Barbastro tuvo lugar la noche del 1 al 2 de agosto de 1933. El Cruzado Aragonés salió el día 5 de agosto. En él publica un extenso artículo don Marcelino Capalvo, del que entresacamos cuatro ideas. La primera: “El programa se cumplió al pie de la letra”. Es decir, había un programa desde hacía año y medio, que se había cumplido. Lo segundo: “La muchedumbre dirigida por el alcalde Sr. Sanz y algunos concejales”. Se incorporaran en un momento o en otro, es evidente que todo el proceso fue dirigido por la autoridad local, que no solo no impidió el asalto sino que lo lideró. Lo tercero: “Se esperaba el auxilio de la Guardia Civil. Se pidió, mas... no llegó. No había órdenes de auxilio”. Lo cuarto, la negación del Estado de Derecho: “Así se verificó poco más o menos el asalto al edificio Seminario Conciliar, propiedad de la Iglesia y Diócesis de Barbastro, de cuya propiedad, no ha habido hasta el presente momento, disposición del Gobierno en contra, ni resolución adversa del expediente en trámite tampoco, aunque se quiera decir lo contrario, del Seminario”(2).
Su último artículo se publicó el 18 de julio, el editorial con motivo del asesinato de José Calvo Sotelo, diputado nacional de Renovación Española, “Ya no hablará”. Ahí se lee: “Los muertos no hablan pero recuerdan, enseñan, castigan y algunos tienen el privilegio de ganar batallas. Fueron tales sus virtudes, sus gestos y su martirio que, aunque muertos a la vida material, son inmortales con otra vida mejor. Ya no hablará en el Congreso, porque se ha cumplido su profecía. “Como Dios no lo remedie, una buena mañana aparecemos asesinados””.
La detención de don Marcelino el 20 de julio
Don Marcelino fue detenido el lunes 20 de julio de 1936 y llevado a la cárcel municipal, donde ingresó a las 15′20 horas. A las 17 horas comienza el cerco de los Misioneros, realizado por sesenta escopeteros, que finaliza con la detención de todos y su traslado a la cárcel y al colegio de los Escolapios. Luego fue trasladado al convento de las capuchinas, la noche del 24 al 25 de julio, por temor a la columna de Ascaso, procedente de Barcelona. Esta, a su paso por Lérida y Monzón había arrasado todo y asesinado a múltiples personas. En esta columna anarquista llegó Ángel Samblancat y muchos de los presos detenidos, cuando lo reconocieron, se sintieron horrorizados. Don Marcelino lo conocía de su juventud y exclamó: -¡Samblancat! ¡Estamos perdidos! No hay nada que hacer”. A las pocas horas comenzaron los asesinatos en Barbastro.
A don Marcelino Capalvo lo sacaron de la prisión que se había instalado en el convento de las capuchinas, junto a otros sacerdotes, entre ellos don Félix Sanz –vicario general-, don Julián Sichar y sus hermanos Jorge y Jaime, Francisco Pascau Gil… Lo asesinaron junto a don Félix Sanz en el camino Real de Zaragoza, en el km. 49 y pocos metros después a los demás. Era el 6 de agosto. El P. Gabriel Campo recoge en su libro: “Se asesinó y probablemente se torturó antes, cortándole la lengua, a D. Marcelino Capalvo, canónigo y redactor de El Cruzado Aragonés” (3).
Una cruz, dedicada a don Félix Sanz, recuerda el lugar de su martirio. Ha sido respetada, a pesar de las obras de la nueva carretera. Ahí se lee: “Aquí ofrendó su vida junto a otros compañeros”. Uno de ellos, don Marcelino Capalvo (4).