Nasser y Franco
En 1952 fue derrocado mediante un golpe militar el rey Faruk de Egipto, emergiendo como hombre fuerte el coronel Gamal Abdel Nasser que fundó un estado autoritario basado una ideología pseudo socialista y panárabe que le sirvió para liderar los sentimientos antioccidentales del mundo árabe. Sin ser afín al bloque soviético, no dudó en utilizar esta baza para sacar rédito, lo que levantó desde el principio suspicacias en EE.UU. La negativa americana a apoyar con recursos económicos y armamento a Egipto le empujó a una deriva anticolonialista que cambió el rumbo de la historia en Oriente Medio.
Al igual que hoy en día, en 1956, el Canal de Suez era vital para la economía mundial dada su ubicación en las grandes rutas de transporte, siendo una pieza importante en el juego geopolítico de la Guerra Fría. La administración Eisenhower había mantenido un delicado equilibrio entre el apoyo a sus socios europeos con intereses en la zona (Reino Unido y Francia), la defensa del Estado de Israel y su política de contención del comunismo en el Mediterráneo, al tiempo que intentaba no ofender a las nuevas naciones árabes surgidas tras la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces, con la negativa de Occidente de financiar la construcción de la presa de Assuán, obra emblemática del proyecto desarrollista de Nasser, cuando el dirigente egipcio inició una escalada que culminó con la nacionalización, a finales de julio de 1956, de la empresa titular de los derechos de explotación del canal de Suez, cuyos socios mayoritarios eran los gobiernos de Londres y París. No sólo era una cuestión económica, ciertamente Suez supondría una fuente ingente de fondos para la maltrecha economía egipcia, también la nacionalización del canal era una muestra del despertar de los sentimientos árabes frente a las antiguas potencias coloniales.
La primera reacción de los occidentales fue convocar a una conferencia internacional en Londres, entre el 16 y 23 de agosto de ese mismo año, para intentar coordinar una respuesta contra los díscolos egipcios.
Una de las dieciocho naciones incluidas en la lista de asistentes fue España, cuyo ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo aceptó de inmediato. Era la primera conferencia multilateral a la que era invitada España desde la II República. La diplomacia cairota, nación que no había sido invitada a la conferencia pese a ser parte esencial de cualquier acuerdo sobre el canal, reclamó el apoyo español, a lo que España accedió convirtiéndose en su portavoz en la conferencia. La prensa española publicó numerosos artículos y editoriales favorables a Egipto. Franco comenzaba a jugar la baza internacional de la tradicional amistad hispano-árabe que hasta entonces no había existido.
La postura española fue intentar servir de contrapeso a las presiones francobritánicas, para lograr un acuerdo que permitiera al mundo seguir utilizando la gran vía comercial, esencial para el transporte de petróleo, y que se respetasen los derechos de Egipto como país soberano del canal. Sin embargo, la propuesta española no fue admitido por los restantes países, pese a los intentos de Artajo de mostrar firmeza.
España se desmarcó en público de las potencias occidentales, tanto que no se adhirió a la declaración final al considerar que era un atentado contra la independencia de Egipto. El canciller español declaró a la agencia de noticias americana “United Press” su disgusto ante los escasos resultados de la conferencia y que no quedaba otro recurso que una intervención de las Naciones Unidas. Para España lo importante era defender la autodeterminación de las naciones, por encima de las pugnas entre los bloques soviético y occidental. Artajo propuso el territorio español como sede de una futura conferencia por «su particular amistad con los países árabes, títulos singulares para acortar las distancias que puedan separar a éstos de Occidente».
Ante el fracaso en doblegar a los egipcios, a espaldas de EE.UU., que les habían manifestado que no permitirían una aventura militar “colonial”, la diplomacia francobritánica desató a finales de octubre una ofensiva militar, en colaboración con Israel, para hacerse con el control del canal. Los paracaidistas británicos y franceses tomaron Suez enfrentándose a las pobres fuerzas armadas del país norteafricano. Sin embargo, en apenas unas semanas se saldó la operación con un notorio desastre político que provocó la retirada precipitada de las tropas occidentales, lo que supuso el principio del final de la influencia europea en Oriente Medio y la consolidación de Nasser como un estadista mundial y como encarnación de la lucha contra las viejas potencias coloniales. En la década siguiente, los vientos de la descolonización sacudieron toda África.
En la Asamblea General de la ONU de noviembre de 1956, la primera a la que asistía España desde que había sido reconocida como miembro de pleno derecho de la organización, el asunto de Suez fue debatido. La reacción de muchos países fue felicitar a Martín Artajo por sus intervenciones, sin importar que hubiesen sido muy duras contra las potencias occidentales. El ministro británico de Exteriores Selwyn Lloyd le invitó a un almuerzo informal para mostrarle su reconocimiento, pese a que España se había opuesto a la política de Londres. A su vez, en contrapartida, la delegación española organizó una cena de gala en el prestigioso hotel Waldorf Astoria de Nueva York la última noche de las sesiones. Asistieron siete ministros de exteriores (Gran Bretaña, Portugal, Irlanda, Venezuela, etc.) y tres embajadores de delegaciones de las Naciones Unidas (Perú, Cuba. Venezuela). Una pequeña muestra del reconocimiento que la política exterior del franquismo estaba recibiendo. España ya no era un paria en el concierto internacional.
Prueba de la simpatía que sentía Nasser por el general Franco, fue que se detuviese en Madrid unas horas, en septiembre de 1960, de camino a EE.UU. para agradecerle al Generalísimo español su apoyo. España, además, se convirtió en el alma mater de la campaña internacional de la UNESCO para el salvamento de los templos nubios, amenazados por la construcción de la presa de Assuán, cuyo comité quedó bajo la presidencia de Martín Artajo, lo que hizo que Nasser donase a España en 1968 el Templo de Debod, que hoy luce en Madrid y que pocos recuerdan su historia.