
Tradiciones
El "Halloween murciano" existe y lo practicaban nuestros abuelos y bisabuelos
En él se desarrollaban los rituales en torno a la festividad de "Tosantos"

Murcia celebraba antiguamente su tradicional "Halloween murciano", con rituales en torno a la festividad de "Tosantos" antes de que "las calabazas de plástico y el truco o trato se apoderaran de nuestras calles", según ha relatado a Europa Press el periodista cultural y cronista oficial de Murcia, Antonio Botías.
Y es que, ha manifestado, entre los disfraces de hoy y los fantasmas de antaño, Murcia ya celebraba una noche de difuntos "con toques mucho más góticos, ancestrales y, en ocasiones, terroríficos".
El Halloween a la murciana, conocido como la fiesta de 'Tosantos' (Todos los Santos), "es una reliquia histórica que merece ser desempolvada y puesta en valor", destaca el cronista oficial de Murcia.
Y es que, recuerda, en la víspera de Día de Todos los Santos, en muchas casas murcianas se limpiaba a fondo una habitación, se colocaban sábanas limpias y mariposas de aceite encendidas "porque se creía que los difuntos de la familia retornaban a sus hogares para descansar en ellos unas horas".
Las abuelas cerraban las puertas de aquellos cuartos para que los niños no curiosearan: "¡Callad, callad, no despertéis a las ánimas!", llegaban a advertir. Aún hoy, aunque es una costumbre casi extinguida, "se observa en algunos hogares de las pedanías y diputaciones murcianas".
Además, antes de que los disfraces y el truco o trato llegaran, los niños salían por los carriles de la huerta también pidiendo regalos de puerta en puerta. Así, acostumbraban a advertir cuando les abrían: "La orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal".
Se referían a aquellos productos que crecían en los márgenes de los bancales, a menudo hortalizas más pequeñas y que los huertanos se quedaban al no ser adecuadas para la venta. Los vecinos respondían a la chiquillería con panochas, coronas de pipas o granadas.
Aquella hebrica no era una mera petición infantil. Los adultos también agasajaban por estas fechas a sus vecinos con similares regalos, sobre todo a aquellos que más falta les hacía. "Y algunos gamberros, en la noche de los muertos, disfrutaban tapiando puertas y ventanas, mientras que otros, más enamorados, robaban macetas en la zona de Sangonera la Verde, suscitando no pocas escandaleras entre el personal. Esas macetas se colocaban después, a modo de obsequio, en las puertas de las casas de sus novias", ha relatado Botías.
Vaciar calabazas
La tradición de vaciar las calabazas también se remonta a los abuelos y bisabuelos, a menudo de las alargadas o de peregrino, y les abrían ojos y boca usando cuchillos o navajas. Dentro colocaban una vela y salían con ellas por las sendas en la noche de Todos los Santos. Algunos las llamaban "calabazas de las ánimas".
Servían para asustar a los vecinos, sobre todo a los más pequeños, mientras otros advertían entre bromas de que "por allí venían las ánimas con su vela". En algunas pedanías como Beniaján, Algezares o El Raal, era costumbre colocar estas calabazas encendidas en los ribazos o portones durante la noche para dar algún susto a los amigos.
Botías hace referencia a Díaz Cassou, que describía en las páginas del diario 'El Liberal', por el año 1888, que en Murcia se observaba la costumbre de consumir gachas y arrope (también calabazate) por el día de 'Tosantos'.
Aunque señalaba que en otras latitudes del mundo existía similar tradición, como los huesos de santo en Madrid o el 'pa de morts' en Cataluña. Como similares eran las cofradías de ánimas a las remotas y romanas asociaciones al cuidado de los difuntos.
Huesos de santo hubo en Murcia. Muy afamados eran los que preparaba el maestro Francisco Amorós, de la confitería La Milagrosa. Y solo los elaboraba en este tiempo por lo complicado del proceso, ya que empleaba unos 20 días "en preparar tan sabroso dulce, compuesto de una pasta de almendra y azúcar y crema de huevo".
En la huerta murciana se llamaban "tostones" a las palomitas de maíz, unas con azúcar, otras con sal o anís. Quizá las más exquisitas: las prensadas a mano con miel hasta formar sabrosos bloques compactos. Es el típico sabor y aroma que impregnaba (y aún impregna, pues la costumbre se mantiene) los hogares de muchos murcianos en la víspera de Todos los Santos tras caer la tarde, recuerda Botías.
También habla de los mocos de pavo en el cementerio, una flor que ahora se estila poco, el amaranto, que es uno de los adornos más habituales en las tumbas de los difuntos murcianos. En la huerta lo llamaban así por parecerse a las carúnculas de los pavos, que son las protuberancias carnosas en su cabeza y garganta. Hoy predominan claveles, rosas, gladiolos, pero aquella flor llevaba consigo sabor de tradición.
La costumbre de los Auroros, de ir a los cementerios a entonar sus remotas salves de difuntos, se mantiene a día de hoy, cuando ahora comienzan su llamado Ciclo de Difuntos.
La festividad de Todos los Santos abre noviembre, un mes en que los antiguos huertanos disfrutaban de cierto respiro en sus trabajos. Por un lado, concluía la recolección de rábanos y remolachas y la sementera de los trigos. Las habas, pésoles y cebollas, junto a otras plantas de hoja verde, ya estaban plantadas.
Comenzaba, entretanto, el barbecho de algunos bancales y se enterraba estiércol para abonarlos. Las heladas, que ya comenzaban a campear, se combatían cubriendo las vides. Una legión de refranes advertía de lo innecesario de la siembra. Entre ellos, aquellos que rezaban: "Quien cava en noviembre el tiempo pierde" o "si no has sembrado en noviembre ya no siembres". Las castañeras retornaban a las calles y olía a nostalgia la ciudad.
El día de 'Tosantos' era jornada para estrenar ropa e ir al camposanto, lugar de reencuentro de muertos y vivos y, sobre todo, de antiguos conocidos. Los chiquillos correteaban, los adolescentes pelaban la pava y los adultos chismorreaban junto a las tumbas.
El toque de campanas no era un mero anuncio de la hora o de la misa. Su propósito principal en esta fiesta era recordar a los vivos la fugacidad de la vida y la proximidad de la muerte, instándolos a la oración. El repique no se limitaba a unas pocas horas; las campanas sonaban de forma intermitente durante toda la Noche de Ánimas (la del 1 al 2 de noviembre). Este sonido incesante creaba una banda sonora lúgubre que envolvía a la ciudad y los pueblos.
El repique tenía un matiz de caridad y piedad: se creía que cada campanada servía para aliviar las penas de las almas que se encontraban en el Purgatorio. Al escuchar el toque, la gente sentía la obligación de rezar por esos difuntos que estaban siendo purificados.
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