Opinión
Ladrones de almas
Cuántos usuarios de Facebook se han dado de baja desde que supimos que una consultora que trabajó para Trump manipuló los datos de 50 millones con el engaño de que participaban en un estudio académico? No sabemos. El valor en bolsa cae a plomo mientras se extiende por parlamentos e instituciones la petición de explicaciones. A Mark Zuckerberg se le ha hecho muy grande y muy poderoso el invento. El creador sigue siendo ese tipo de apariencia frágil que montó la red para charlar e intercambiar fotos con sus colegas de la facultad. El escándalo es mayúsculo, es el robo del alma digital del usuario pero no hay cierres masivos de cuentas. Si este robo del «yo» se hubiera producido en el ámbito de lo tangible las comisarías estarían llenas de denunciantes, las calles plagadas de protestas, los gobiernos ahogados por las reclamaciones... en el ámbito digital no sabemos calibrar los perjuicios y los daños. No sabemos cuánto duelen las bofetadas y qué profundidad pueden alcanzar las cuchilladas, no sabemos en qué punto muere ese «yo» que tenemos expuesto para el aplauso o la lapidación. Ese desconocimiento, el vicio o el placer de la comunicación impide salirse. El abandono dejaría un síndrome de abstinencia que ni la metadona sería capaz de aliviar. El usuario puede llegar a indignarse, a aprovechar los mecanismos de protección y a seguir con el uso de esta u otra red, no creo que los protocolos de defensa sean muy diferentes. Pero ¿qué pasa fuera? Este episodio va a profundizar la brecha digital, la que se nutre de la desconfianza. Esto es un golpe al progreso, esto es un golpe al presente que mira al futuro. Esta realidad pone en duda no solo las redes también todo lo que tiene que ver con el Big Data o la Inteligencia Artificial. Reactiva la conciencia de fragilidad y revela la condición manipulable de los individuos tomados de uno en uno para formar comunidades. Los resortes de reclamación tradicionales, gobiernos etc, no llegan y la digitalización se convierte para el ciudadano en un arriesgado acto de fe... ya no es confiar en el sistema se trata de confiar en los sistemas. Quedará para el relato exótico algún episodio de «neoludismo» con liturgias pintorescas de quema de aparatos o cierre de cuentas, escucharemos testimonios de seres «reanalogizados» y todo volverá a ser como quieran que sea. El poder de estas superestructuras es que la confesión de usuario más común es «a mí me da igual no tengo nada que esconder» o «no tengo nada interesante»... tus datos, tu vida, que sumada a otros millones es el petróleo del S. XXI como diría Marta García Aller.
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