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Opinión

Mi amigo Luis Ruigómez

Cuando el catedrático y académico Juan Velarde Fuertes tuvo a bien presentar mi «Historia del Real Valle de Mena», insistió en la importancia de un concepto fundamental en economía: «La renta de situación». Dicho concepto define la renta diferencial de un lugar o activo por su localización y comunicación. Con toda evidencia también se identifican los territorios, por las familias que los habitan.

Una de las familias que constituyen históricamente el Valle de Mena es la familia Ruigómez, cuya cabeza generacional allá por el siglo XIX fue el médico Manuel Ruigómez Vivanco, casado con Lucía Velasco Gil, y que falleció en su casa familiar de Villasana de Mena en el año de 1906. El médico trabajó intensa y eficazmente cubriendo todo el Valle, donde llevó a cabo una campaña antivariólica pionera en la provincia de Burgos. La primera generación del matrimonio la formaron dos futuros médicos: Manuel, nacido en 1889, Luis, un año después y cuatro hermanos más. El primero casó con Araceli García Monasterio y el segundo con Heliodora Iza Urcullu. Manuel y Araceli tuvieron ocho hijos; Luis y Heliodora cuatro, uno de ellos fue Luis Ruigómez Iza en quien centraremos nuestra atención desde este momento. Luis acaba de fallecer, el 12 de marzo de 2018, a los casi noventa y cinco años, tras una vida familiar y profesional admirable y ejemplar.

Luis nació el 14 de marzo de 1923 en Madrid, y se casó el 28 de octubre de 1953 con Mary Pepa Sánchez Molina, natural del Hellín (Albacete). Luis y Mary Pepa tuvieron siete hijos, de los cuales dos han sido médicos y cinco economistas. Luis fue reconocido por el Ayuntamiento de Hellín como Hijo Predilecto por el cariño y la atención médica y humana con los que trató a lo largo de su vida a toda persona que se lo pidiera.

Luis realizó la Licenciatura en Medicina y Cirugía en la Universidad Central de Madrid (1942-1948) obteniendo Premio Extraordinario. Cursó su Doctorado en el Hospital Hahnemann de la Philadelphia University de Estados Unidos. En la defensa de su Tesis Doctoral, en la Universidad Central de Madrid, titulada «Cateterismo del Corazón Izquierdo», obtuvo también Premio Extraordinario.

Desarrolló Luis su especialidad médica en pulmón y corazón en sendos hospitales madrileños: el Gregorio Marañón, como Jefe Clínico y el 12 de Octubre, como Jefe de Servicio. En ambos desarrolló, además, como Profesor, una profunda e intensa labor educativa e investigadora.

Luis era un médico que no obvió la importancia del diagnóstico de la enfermedad de los que acudían a él, para a partir de ahí establecer el tratamiento que intentara paliarla y en el que ponía todo su empeño y saber. A todo ello añadía su extremada humanidad y cariño hacia el enfermo, lo cual hacía que fueran pocas las enfermedades que se le resistieran. Conozco, porque lo presencié cuando iban a operar a un compañero, que el cirujano, al ver a Luis, le dijo: «Luis yo ya le he visto, pero si quieres verle...». Luis se acercó al enfermo y con su fonendo le exploró y se acercó al cirujano diciéndole algo al oído. Cuando terminó la intervención, el cirujano se acercó a Luis y le dijo: «¡¡Monstruo!!», que en el lenguaje de los médicos supone la mayor alabanza y reconocimiento a su saber. La fama de seguridad absoluta en los juicios clínicos de Luis sobre las enfermedades de pulmón y corazón que trataba era reconocida habitualmente en las salas de cardiología de los hospitales donde ejerció su profesión.

Pero también Luis, fuera del ámbito clínico, destacó por su intensa y cariñosa vida familiar, su afición a la música, a la armónica, al acordeón y al órgano; al dibujo y a la fotografía; a la caza y al tiro al plato en el que consiguió varios trofeos y, muy fundamentalmente, al Valle de Mena. Luis supo también transmitir todas sus aficiones a sus hijos y nietos.

Su muerte me ha sobrecogido, pensando en los enfermos que ya no le tienen, en sus amigos que ya no podemos recibir su intensa amistad y en su numerosa familia que ya sólo pueden quererle y admirarle en el recuerdo.

Estoy seguro de que ya nada le turba. Estoy seguro de que está ya «gozando de la paz del más bello día», como calificó La Fontaine el paso al más allá. («Philemon et Beaucis», verso XIV).

He tenido la inmensa suerte de ser amigo y consuegro de Luis y compartir con él grandes momentos de intercambio de opiniones y conocimientos, especialmente en la tertulia que mantuvimos los doctores Hidalgo Huerta, Llavero, Ruigómez y yo mismo durante ocho años. D.E.P.