El bisturí
Palabrería barata contra la España que arde
¿Por qué se permite la acumulación de biomasa no gestionada en el campo?
Desde el mismo día en el que llegó al cargo, Pedro Sánchez se ha aferrado a dos recursos comunes en todos los totalitarismos cada vez que las cosas venían mal dadas: el uso abusivo por un lado de un neolenguaje orweliano tendente a encubrir la realidad, engatusar a los electores y atacar de paso a los rivales políticos, y eludir por otra parte la responsabilidad culpabilizando a los mismos de lo que sucede. La pandemia fue un campo de pruebas de primer orden en el que el presidente y su círculo más cercano pudieron experimentar con amplia libertad ambos principios, cuya aplicación ha sido luego una constante durante su mandato. La neolengua impulsada por Moncloa mientras el virus causante de la Covid-19 campaba a sus anchas por España llevó a generalizar apelaciones desde las instancias oficiales a una falsa «unidad», y expresiones grandilocuentes y vacías de contenido como «ya habrá tiempo de dirimir responsabilidades» o «saldremos más fuertes». Ni que decir tiene que el que difería de tales proclamas panfletarias era y es acusado de propagar un «discurso del odio», y relegado a la espiral del silencio que tan bien describió Elisabeth Noelle-Neumann. Por su parte, el recurso a culpar al otro de lo que funciona mal fue la tónica cuando la curva de contagios ascendía. En esta estrategia, la España descentralizada y con mayoría popular al frente de las autonomías le vino al presidente de maravilla. La palabra «resiliencia» cedió pronto terreno a la famosa «cogobernanza», que en el idioma sanchista no era otra cosa que sacar pecho cuando la cosa mejoraba y cargar las tintas contra las comunidades cuando empeoraba. El éxito en el empleo de tales recursos fue tal que el PSOE y sus socios salieron indemnes electoralmente de una demostración de incompetencia gestora como no se conocía en nuestro país en tiempos democráticos. En la España incendiada de este verano la historia se ha vuelto a repetir. El Gobierno ha echado mano de nuevo de este neolenguaje para encubrir su inacción y, ha aprovechado de paso para recalcar hasta la saciedad que las competencias en materia forestal residen en las comunidades, obviando, como sucedió con la covid, que ni el fuego ni los virus entienden de barreras ficticias, aeronaves con bandera autonómica o desescaladas territoriales. Han entrado en juego aquí las apelaciones al cambio climático o las alusiones a los fuegos de sexta generación y a los refugios climáticos, que no son otra cosa más que los lugares con sombras de toda la vida. En la España sanchista en la que todo funciona mal, el presidente decidió interrumpir sus plácidas vacaciones para hacerse la foto y trasladar al campo ambiental los machacones mensajes de los que tanto abusó durante la pandemia, pasando por alto, eso sí, algunos interrogantes que hoy perduran y que nadie ofrece a los habitantes de las zonas más afectadas: ¿Por qué se permite la acumulación de biomasa no gestionada en el campo? ¿Por qué se racanea en medios de prevención y extinción de incendios mientras se prodigan las subvenciones a actividades ridículas? ¿Por qué no se ha tomado ninguna medida efectiva para combatir la despoblación rural o el abandono de los usos forestales de toda la vida? ¿Para qué sirve el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico de Sara Aagesen con sus agencias, organismos autónomos, institutos, direcciones y subdirecciones generales, si no es capaz ni siquiera de anticiparse a los efectos de esa supuesta transformación climática de la que tanto alerta?