Opinión
El peligro del títere
Por fin habrá gobierno en Cataluña... o eso parece, a no ser que los de la CUP, que en esto de tener las instituciones pendientes de un hilo son unos cracks, decidan lo contrario; eso sí: si lo hay, será un gobierno con el que salimos de Málaga para caer en Malagón. Es bien conocido por todos el peligro que tiene los presidentes títere, fanatizados y anodinos que impulsados a la categoría de molt honorable, terminan por devorar al padre para convertirse en caudillos de Liliput.
Puigdemont es el claro ejemplo, y su dedo, inclinado a designarse a sí mismo, ha bendecido a un sosias para sucederle. Nadie conocía a Quim Torra más allá de las fronteras inciertas de Òmnium Cultural, pero desde que su nombre salió impulsado a los titulares desde Berlín, su biografía cada vez es más extensa, y basta con rascar un poco para descubrir al independentista con orejeras, al hooligan genético, al heredero de alforjas ideológicas que superan en peso a las de su antecesor, al aspirante a repetir la historia de Carles y el políticamente difunto Artur. Así, de entrada, y fuera de su selecto círculo soberanista, no es fácil empatizar con don Quim, aunque hay que reconocer que tiene la virtud de no disimular, que es precisamente por la que cae gordo. Si hay que insultar se insulta sin eufemismos y si hay que decir que el faro que alumbrará su reinado será el del mandato del 1 de octubre, pues se dice con todas las letras, a voz en grito para que se escuche desde Alemania. Y vuelta otra vez la burra al trigo. No es por avisar, pero corre el intenso rumor de que se ha visto a Rajoy tomándose un gelocatil y al juez Llarena afilando el lápiz y encargando varias togas nuevas por lo que pueda ocurrir.
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