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Opinión

Doctores españoles de la Iglesia

El título de Doctor es el más alto e importante otorgado, previa demostración ante un tribunal, por todas las Universidades nacionales en España, pues ya pasó el que sólo pudiese otorgarlo la Universidad Central, única autorizada para la concesión de tal honor. La Iglesia otorga el título bajo la concesión naturalmente de santidad, como máxima expresión en la actividad eclesial. Semana tras semana, el Santo Padre Benedicto XVI, en magníficas catequesis de su profundo saber, ha ido exponiendo quiénes han sido los Doctores de la Iglesia que sirvieron la fe cristiana, desde el siglo IV (San Atanasio, 296-373) hasta finales del siglo XIX (Santa Teresa de Lisieux, 1873-1897).

Con ocasión del inicio del Año de la Fe, en octubre del 2012, San Juan de Ávila fue proclamado Doctor de la Iglesia, como Doctor de la Iglesia universal, haciendo el número cuatro de los santos españoles que la Iglesia incluye en el elenco de Santos Doctores de la Iglesia: San Isidoro de Sevilla (560-636), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), San Juan de la Cruz (1542-1591) y San Juan de Ávila (1500-1554). Las catequesis del Papa Benedicto XVI se publican, en número de treinta y cuatro, por la Conferencia Episcopal Española como «Santos Doctores de la Iglesia». Me refiero a los cuatro doctores santos españoles, con el ánimo de las cuatro grandes figuras españolas para que cuantos españoles sepan de ellos en el pleno libre de la historicidad sepan la altura de su sabiduría.

De San Isidoro de Sevilla, reconocida de todos es su competencia en Historia, de modo particular en Patrología y Patrística Española, su profunda serie científica, sólida preparación y sagacidad en él descubrieron la comprensión y el cuidado y atención que su conciencia histórica ponía en la analítica. El jesuita José Madoz hace una semblanza, que en realidad es un profundo comentario de su alta intelectualidad en sus análisis de Historia, Sagrada Escritura, obras dogmáticas, Litúrgicas, comentarios de Sagrada Escritura y libros escriturísticos según la edición de la Vulgata, cuya autenticidad impondría más adelante el Concilio Tridentino. Como buen discípulo de San Agustín, participaba de la concepción según la cual «toda organización de una comunidad humana debe ser un miembro orgánico de la ''Civitas Dei'' que comprende el cielo y la tierra». Concepción básica agustiniana unía la de San Gregorio: la Iglesia y el Estado forman un cuerpo místico... y a un concurso recíproco: no hay en su política supremacía de la Iglesia sobre el Estado, ni la de éste sobre aquélla. Su conocimiento sobre el mundo antiguo en orden a las «siete disciplinas liberales» constituyendo el «Trivium» y el «Quadrivium».

Yo creo que a los dos místicos españoles, la fundadora por antonomasia que fue Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en especial en su condición de universitario que ejerció, como tal, una sorprendente influencia sobre el ánimo y el modo de pensar fundacional de la Santa, así como tampoco se puede dejar de comprender la presencia de Dios en la poesía de San Juan de la Cruz, sin tener en cuenta la magnífica investigación del historiador carmelita Balbino Velasco Bayón, ya fallecido, que fue alumno mío de Historia en la Universidad Complutense y posteriormente colaborador inmediato en el Seminario de Investigación. Fue el creador de la gran Historia del Carmelo español y escribió un libro sobre «San Juan de la Cruz. A las raíces del hombre y del carmelita» (Madrid, 2009), primero sobre Fontiveros, la familia de los Yepez y un capítulo sobre Orígenes y evolución del Carmelo. Su vida como estudiante de Artes y de Teología en la Universidad de Salamanca y de su encuentro con Santa Teresa y el cambio originado en la poética de la Santa, surgiendo la raíz del vocablo espiritualidad, que designa el soplo, el viento, la exhalación, el aire, la atmósfera. El espíritu adquiere connotación filosófica, puede traducir las ideas de «soplo vital», de vida y último suspiro. En la sociedad por los profesionales y, en fin, en Teología su extraordinaria fortuna porque traduce el griego «pneuma», designando el Espíritu Santo.

En cuanto a San Juan de Ávila, su enseñanza destaca por su excelencia, precisión y profundidad. Yo lo llamo conciencia o estatuto histórico. Para proclamar con máxima fecundidad la experiencia la primacía del amor de Dios es imprescindible la máxima profundidad del amor de Dios, manifestado en Jesucristo.