Opinión

¿Qué pasó con la madre de Luis Miguel?

Un caso extrañísimo. La italiana y rubia madre del divo está desaparecida hace años sin dejar huella. Eso dio paso a rumores de todo tipo, que suponían un secuestro o acaso la muerte de Marcela Basteri. Luis Miguel triunfa en estos momentos, enloqueció días atrás al público español, pero nadie le pregunta por lo que parece tabú familiar. Nati Mistral, que conocía a su padre, Luisito Rey, en tiempos ya me anticipó tan extraña ausencia y el mal rollo familiar que ahora el Canal 13 de Buenos Aires refrescó en una intensa y extensa entrevista con el biógrafo del artista, el español Javier León Herrera. Lógicamente se pregunta qué fue de Marcela Basteri. Años atrás, cuando existía la revista musical «Disco show», más destinada a los medios que a la venta pública, rebosaba publicidad dirigida a quienes mejor podían entenderla. Fue un negocio inventado por el barcelonés Paco Flores, donde yo tenía una sección. Así conocí a Luis Miguel, entonces un crío, que solía ser retratado en cortos bañadores para que sobresaliera sus dotes no canoras. Por esa circunstancia física, muy llamativa, fue portada muchas veces sin que nadie reparase en sus facultades vocales. Sin duda, enmudecían ante lo más que insinuado. Su poderío saltaba a la vista y era uno de los atractivos de una publicación que duró como tres años, con gran mercado entre las disqueras hispanoamericanas muy manejadas por el editor que supo meterse en el bolsillo a la clientela.

Ese extenso reportaje televisado desde la imponente Buenos Aires reavivó mis recuerdos que nunca fueron atraídos por esa mujer tachada voluntariamente del palmarés de su hijo, que para algunos es en América más que Julio Iglesias o El Puma, de quien sin noticias me pregunto qué habrá sido de su sexy tupé. Magnífico complemento capilar a sus meneos de cadera calcados y hasta superiores a los del por entonces ídolo mundial Tom Jones.

La Mistral coincidió en muchos locales y televisiones con Luisito Rey, el aprovechado progenitor de Luis Miguel, que has-
ta a mí, tan propenso a los estampados, me alucinaba con sus floreadas camisas. Fue un andaluz marchoso, con más facha que arte, pero sin mucha suerte, que acabó anulado por ese hijo ídolo donde los haya. Nadie habla de su madre, a la que parece haber enterrado. Nada se supo de ella, echaron tierra a semejante recuerdo, que debía ser entrañable y hoy como ayer solo es motivo de increíble indiferencia.

Julio Iglesias en eso fue mas cariñoso y aunque no tenía buen «feeling» con su paridora Charo de la Cueva, volcado siempre con su padre, el rompecorazones, tras secuestrarlo ETA durante 17 días, estuvo en un sinvivir. Comprensible. Y se desahogaba gritándole a su madre como no lo hacía al cantar. Y ahí está, más bien aquí y allá, repartido con América, Alfredo Fraile para confirmarlo, como imagino que harán en la versión cinematográfica de sus memorias, en las que, siempre caballeroso, insinúa más que cuenta cómo padeció maltrato de un cantante al que hizo figura de fama mundial. Con ellos visité en Egipto al presidente Sadat, cuya hija pequeña Jihan suspiraba por el cantante romántico, y con Régine asistí a la televisión francesa la noche en que, compartiendo programa, Julio se colgó de Sidney Rome y, aunque era de madrugada, la hizo cambiar de hotel para acostarse juntos. Fue una época única y ansío ver cómo ponen imágenes a lo que viví, no sin alucinar, en primera persona. Pero dudo de que el buenazo de Alfredo permita que se maltrate al mayor triunfo de su vida de representante y, a la vez, su mayor fracaso amistoso.