Opinión

Obra mayor

El cambio que se avecina en el PP es evidente. De entrada ha pasado de tener el líder de más edad entre todos sus rivales a dejar la presidencia en manos del más joven. Nuevos tiempos con un discurso nítido que es mitad crítica a la indefinición de Rajoy, mitad clara intención, no de ruptura pero sí de que quede muy clara dónde está la frontera entre lo anterior y lo recién estrenado. Casado, que en sus últimos tiempos como vicesecretario de comunicación había diluido tanto el discurso que aburría a las salamandras, se ha reedescubierto en una campaña en la que se le veía cómodo; todo lo contrario a Soraya, que queriendo bajarse del pedestal a la acera, daba la impresión, más que de humildad, de susto.

Nunca sabremos cuántos de esos 1701 votos que consiguió Casado fueron a su favor y cuántos en contra de la ex poderosa exvicepresidenta. Da lo mismo. Ahora habrá que ver si el nuevo líder del PP continúa en la línea que ha seguido estos días de hablar en titulares y le quita las telarañas al partido de un buen zarpazo o si, una vez conseguido el objetivo, rebaja la marcha. Si opta por lo primero debería hacerlo rápido, sin caer en la tentación de primar el amiguismo por encima de la capacidad y mostrando un criterio propio más allá de gratitudes debidas y de admiración de pupilo. En estos últimos años de partido arrinconado por la corrupción y maniatado por una oposición que ya no se limitaba al PSOE, el PP de Rajoy fue desdibujando sus contornos, y más allá de colocar a cuatro caras jóvenes, dejó que su discurso se fundiera en grises desmotivando a una parte importante de sus votantes. O Casado repasa con rotulador negro carbón los contornos de un partido que está pidiendo a gritos una licencia de obra mayor, o las primarias habrán sido un fracaso.