Opinión
Duelo igualado de tenores
Supuso una agradecida rareza, algo casi insólito en la veraniega cartelera madrileña, que no prodiga sensaciones así. Pero lo cierto es que en solo 24 horas los mejores tenores del momento actuaron casi compitiendo en el Teatro Real. Buen fin de temporada y anticipo de las sensaciones que traerá la próxima. Joan Matabosch, el director artístico, echa el resto. De mucho le sirven sus largos años al frente de un Liceo barcelonés que ya no compite con el coliseo madrileño. Una lástima, la ópera también acusa los vaivenes políticos, que son un cante grande. Se llenó hasta los topes para ver y oír, también comprobar si Plácido Domingo y el guaperas Jonas Kaufmann siguen encabezando la lista de divos masculinos. Con más de 70 años el madrileño y en plena juventud madurada el alemán que, además de cantando cautiva con su apostura. De ahí el casi machadiano «desaliño indumentario» con que salió a escena con un arrugadísimo traje de alpaca gris, como recién salido del equipaje sin pasar por la plancha. Y lo necesitaba. Menos mal que lo animó con una corbata roja y zapatos granates. Fue todo su colorido, aparte del desplegado en un recital que fue alarde, sobre todo en los temas wagnerianos que son su fuerte.
Fieles y devotos a la música estuvieron desde el rejuvenecido Pedro J. Ramírez, el muy ilusionado Álvaro de Marichalar, Alfonso Cortina, la deliciosa Alicia Koplowitz, el señorío de Natalia Figueroa –que estará en Ibiza hasta noviembre, aunque apenas la vean porque Raphael sigue cantando y así lo hizo en Andújar, su tierra–, Anne Igartiburu y Eugenia Martínez de Irujo, transformada por su gran amor en una novia de lo mas viajera.
Aunque estamos en las últimas de julio y hubo éxodo vacacional, no se notó en las atestadas plateas del coliseo. Una acústica inmejorable, encomió Jonas Kaufmann, que parecía maldecido para hacer este debú, dos veces aplazado por los problemas vocales que padeció hace un año. Totalmente recuperado –y así lo demostró– encandiló con una primera parte menos fascinante que la segunda con Wagner de plato fuerte. Cundían dudas acerca de su estado vocal, inquietud compartida con el muniqués. Pero semejante temor se esfumó ante la calidad de lo cantado, con algunas vacilaciones al principio para Kaufmann que, entre bravos y aplausos, oyó gritos de «¡guapo, guapo!». Eran incontenibles y demostraban que, además de su voz, también agrada su magnífico físico estampa.
El español, sin embargo, resulta incomparable con muchos más años, tirando de la pierna derecha, pero con una blanquísima cabeza y barba de busto romano. Su mujer, Marta Ornelas, fue con su hijo mayor, Álvaro, y vistió un dos piezas crema. La voz aún inigualable de volumen, seguridad y fraseo. Parece milagroso, con muchas arias a su cargo, como Massenet hace cantar al monje Athanael, casi tan protagonista de «Thaïs», en la voz de la albanesa Ermonela Jaho, espléndida en todo, empezando por el físico realzado en escotadísimo y ceñido traje rojo de punto. Llegaba de hacer «Thaïs» en Pekín y «La Traviata» en Berlín. Puede con lo que le echen sin desdeñar personajes belcantistas como Ana Bolena o María Estuardo. Muy delgada, tiene un bellísimo físico moreno, tan agradecido como sus gorgoritos, imprescindibles en esa difícil rareza que es «Thaïs». Hace pensar cómo varió y mejoró el físico de las «prima donnas». No es fácil ni corriente aunar ambas virtudes, algo que también sucede con Kaufmann.
El presunto enfrentamiento no cuajó porque Plácido y Jonas son incomparables. Eso ganó el público.
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