Opinión
Las rentas del odio
No sé si los responsables intelectuales de los atentados de Las Ramblas y Cambrils de Agosto del año pasado están en su cielo o en nuestra tierra. Sí imagino, estén donde estén, que en un primer balance anual se estarán frotando las manos. Ya consiguieron a los pocos días que se insultase al Rey en plena calle; ya asomaron diferencias entre cuerpos y fuerzas de seguridad; ya parte de la sociedad catalana se lanzó abiertamente por la opción del odio entre partidarios de dos interpretaciones en la que una –como resaltaba acertadamente José Ramón Bosch en estas páginas– «pretende conectar un pasado mítico con un futuro luminoso y superar así un presente aborrecible». En un año, desafíos en el Parlament y en la Generalitat; graves momentos de tensión; aplicación del artículo 155 de la Constitución; elecciones; procesamientos; fugas de la Justicia, encarcelamientos, internacionalización del conflicto; pulsos jurídicos con países europeos; crisis en los dos partidos mayoritarios. Al final, cambio de Gobierno tras una inusual moción de censura, con cheques al portador de intuido pero imprevisible recorrido, como puede ser el compromiso de retirar a la Policía Nacional y la Guardia Civil de Cataluña y el País Vasco a cambio de un puñado de votos.
Para los asesinos, las dieciséis víctimas mortales y el centenar largo de heridos fueron pocos. Buscaban más dolor. Las tragedias personales no eran su problema. Lo triste es que contagiaron a una clase política que utilizó a las víctimas como mero pretexto, como actores secundarios. Y por segunda vez, cuando el Estado encarnado en la figura de nuestro Rey quiso acercarse a ellas y tender la mano en nombre de todos los españoles que las respetamos, volvió a aparecer la contestación, el insulto, la mala educación, el pulso, la provocación. Muchos habíamos pedido un solo día de tregua para dedicárselo solo a las víctimas y a quienes las arroparon y atendieron en hospitales y servicios públicos, por cierto, ejemplares. Pero ni un día concedieron. Otra alegría para los asesinos.
Y no es la primera vez que unos marroquíes infieren por iniciativa propia o por encargo, en nuestras vidas. También se frotaron las manos los que montaron los terribles atentados del 11 de Marzo de 2004 días antes de unas Elecciones Generales. Igualmente consiguieron confundir y dividir, aprovechando que el fantasma trágico de ETA aún no había sido abatido y que era discutible nuestra nueva participación en una guerra en Irak. ¡Doscientos muertos, mil quinientos heridos! Nunca podremos olvidar aquellas escenas de dolor; la solidaridad entre ciudadanos; el enorme esfuerzo y sacrificio en hospitales y servicios públicos. Las consecuencias son bien conocidas porque al desconcierto se unió una grave crisis económica. Ante aquel inmenso dolor, tampoco habíamos sido capaces de unirnos.
¿Qué nos pasa?¿Tan frágiles somos? ¿Es cierto como escribía en una magistral reflexión Arturo Pérez Reverte («El Semanal») que tenemos una sociedad en la que no solo se trata de desmitificar sino de destruir: «Que incluso quienes fueron decisivos en nuestra historia reciente: Suárez , Fraga, Carrillo, González, no escapan de la máquina de picar carne». Y razona a continuación: «El talento incomoda como nunca; los mediocres, los acomplejados, los bobos –asistidos por los cobardes– necesitan que la vida descienda a su nivel para sentirse cómodos». Una máxima clásica resume lo que el maestro de las letras expone con fuerza: «Nunca discutas con un imbécil; te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia».
¿Por qué relaciono el rendimiento que proporciona el odio con el estado de nuestra sociedad? Porque penetra claramente por nuestras fisuras morales. Y aunque directamente lo hayan pagado unas víctimas, pronto podemos pagarlo todos y no somos conscientes de ello. Para paliarlo, por una parte es necesario un rearme moral, que, recordando una vez más a Kipling en «If», nos aconsejaría: «Si eres blanco del odio y al odio no das paso/y además no alardeas ni presumes de santo».
Pero, por otra parte, hace falta una reacción de unidad. Unidad no reñida con la diversidad de opiniones y conductas. Pero no demos más bazas a los que quieren destruirnos; no más alegrías en su cielo o en nuestra tierra a los asesinos.
Con poca fe, apelo al sentimiento de responsabilidad de nuestros dirigentes. Se puede revisar todo nuestro pasado, pero tenemos delante un presente y sobre todo un futuro inciertos. No dejemos fisuras para que nos pongan a prueba otro 11-M u otro 17-A. Nuestra magnífica Sanidad no necesita ser valorada periódicamente por su eficacia ante atentados.
Y porque, finalmente, no necesitamos solo gente que reaccione resolviendo problemas; necesitamos gente que evite que estos problemas se produzcan. Que evite que el odio sea rentable.
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