Opinión

Setenta veces Nati Abascal

Iban del ¡ah! admirativamente sorprendido al más pasmado ¡oh, qué maravilla! A nivel privado no se había visto ni montado nada así. Y conforta por el mimo de Nati Abascal en guardar los trajes más de sesenta años, pues el Oscar de la Renta de pliegues y morado data de ese tiempo, cuando ella y su hermana Ana María se instalaron en Nueva York, aunque una portada de «Harpers Bazar» ya las recogió muy jóvenes en l969. Eran unas crías narigudas –el personalísimo apéndice se dulcificó con los años y apenas se nota– cuando debutaron como maniquíes de Elio Berhanyer. Con el tiempo, Ana María no aguantó distanciarse de Sevilla. Nati resistió. Hasta hoy, que más de medio siglo después sigue impresionando por elegante en los muchos saraos a los que acude. La muerte de su íntimo Oscar de la Renta fue un golpe. Mantiene la nostalgia, no de su primer matrimonio antes de convertirse en duquesa de Feria, sino en esta exhumación de sus mejores trajes, amorosamente conservados por la sevillana sin par. Ahora los exhibe en una de las salas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, vecino al casino de Alcalá donde, lo que es la vida, se inició su adorado De la Renta.

«Aquí Oscar recibió sus primeras clases cuándo de muchachito vino a estudiar costura. Nunca imaginó llegar a tanto», me cuenta Nati. «Hay expuestos 70 trajes de los 400 que guardo», desvela. Del dominicano hay una veintena de piezas de Alta Costura solo superadas por los Valentino. Debería perdurar y hacer museo esta antología, un compendio, repaso exquisito y recorrido desde algún Dior, que no abunda, a los grandes del género que ella siguió frecuentando cuando precisaba vestirse de cine para algunos de sus muchos eventos.

Anécdota en Nueva York

Hay un grupo de gasas atigradas, anticipadoras de lo que ya es fiebre animal, entre las que destaca un Cavalli de 2013 junto a un Valentino de l973. Aunque quizá la mejor pieza sea la falda roja con chaquetilla de grandes rosas bordadas a mano sobre negro, también de Oscar, estrenada en una de las citas neoyorquinas del Spanish Institute, en españolísimo reclamo, una fiesta a la que yo tampoco fallaba. La sorpresa estuvo en que ante la irrepetible Nati, su hermana gemela Ana María, que ya no lo parece, y la tercera, Coqui, otra señora, había comprado el mismo modelo y se quería morir: «Pero si me han dicho que es una pieza única», protestaba sin salir del pasmo. Ignoraba que nuestra «más» vestía el modelo hecho para pasarela. Sorprende que además de parte de su guardarropa enseñe su colección de 20 polveras de Estée Lauder, todas auténticas piezas de sofisticada orfebrería.

Asimismo un Versace de 1990 y un De la Renta en tafetán de 2003 en una muestra donde está lo mejor de cada creador, mientras la tan usada bata de cola roja en algodón perforado y tres volantes tiene el sello indiscutible de la sevillana Lina. Admirable colección que sorprende por lo bien conservada que está. Como a estrenar. «Es que yo soy muy perfeccionista y cuidadosa», responde Nati. No hace falta que lo diga. Los modelos así lo evidencian.