Opinión

El tributo

Por supuesto, el servicio de las gentes de armas tiene un coste que fue voluntariamente asumido al jurar o prometer ante la Bandera de España. El compromiso es duro: «Hasta la última gota de su sangre». Nunca deberíamos cansarnos de rendirles tributo, no por vanagloria, sino como ejemplo y estímulo.

Cuando alrededor del desfile de este 12 de Octubre, difíciles condiciones metereológicas aconsejaron suspender el desfile aéreo, todos recordábamos con dolor el accidente del capitán del Ejército del Aire Borja Aybar al regresar a bordo de un Eurofhigter a su base de Albacete en el desfile del año pasado. Y cuando ante la tribuna de nuestro Rey desfilaba una unidad de la Escuela de Montaña y Operaciones Especiales de Jaca, se daba cuenta del fallecimiento también en acto de servicio del Comandante Fernando Yarto a consecuencia de la herida producida por un disparo en un ejercicio de fuego real realizado en Las Batiellas, un campo de tiro cercano a Jaca. Aquellos hombres que desfilaban con uniforme blanco nieve, esquís cruzados a la espalda, sabían de sobra que faltaba a filas unos de sus mejores jefes. Y seguían marchando –dura, la gente de montaña– porque la conmemoración lo exigía. Yarto era el Jefe del departamento de Instrucción del Curso de Montaña y supervisaba personalmente el ejercicio realizado por una cincuentena de alumnos del Curso de Montaña durante la madrugada del pasado martes día 9. La trayectoria de un disparo fortuito le destrozó las arterias femoral e ilíaca y no se pudo, a pesar de repetidos intentos hospitalarios, salvar su vida. Formaba parte del Grupo Militar de Alta Montaña, con varios «ochomiles» en su haber, especialmente el Cho-Oyu en 2001 y el Gasherbrum II en 2006. Difícil resumir el dolor con que vivió Jaca y en concreto la gente de su Escuela Militar de Montaña, su muerte.

Y esta semana hemos vivido también con dolor la muerte del Guardia Civil José Manuel Arcos en un operativo, madrugada también, en Huetor Vega, con la circunstancia de que el disparo que le causó la muerte procedía de su propia arma reglamentaria, arrebatada en un forcejeo por el asesino. Alguien pensará que hubiera sido mejor para él usarla sin preguntar. Su honor le aconsejó intentar detener al delincuente, sin usarla.

¿De qué hablamos? De servidores públicos que asumen riesgos cuando tienen la legitimidad para usar medios coercitivos y que se preparan para hacer el mejor y más eficaz uso de ellos, asumiendo –indiscutiblemente– errores humanos. Porque está claro que no se puede intervenir en Irak o en Afganistán o hace pocos años contra ETA, sino se está en condiciones de actuar con la fuerza de las armas. Y para actuar en fuerza hay que prepararse. No es agradable dedicar una madrugada fría del Pirineo oscense a reptar por su frío suelo disparando con fuego real sobre unas siluetas, si detrás no hay una curtida vocación y un sentido de la responsabilidad. Porque se entiende que el ejercicio es fundamental. Recuerdo la máxima bien conocida en los ejércitos: «Instrucción dura, guerra blanda; instrucción blanda, guerra dura». Diría que la máxima es válida en el mundo del deporte y en la propia vida real.

Seguramente nos hemos olvidado del sacrificio de otro hombre de armas, Samarn Kuman, buceador de la Armada Tailandesa, que perdió la vida cuando buscaba una vía de escape para rescatar a unos cincuenta jóvenes de una cueva en la que se habían refugiado, dentro de un peligroso entorno anegado por las lluvias monzónicas. Por encima de su prudencia, se exigió a sí mismo la necesidad de socorrer. Seguramente era consciente del riesgo que asumía, pero le condicionaban su sentido del deber y el compromiso de su especialidad. Esto no es un tema de artilleros; es una responsabilidad de los buceadores, debió pensar.

Por supuesto no son las gentes de armas las únicas que se sacrifican. Y debe alegrarnos que otros tramos de nuestra sociedad los asuman. Pienso en misioneros, policías, bomberos y en un montón de oficios de riesgo. Lo importante, en mi opinión, es el sentido ético al que les impregna su vocación, su compromiso jurado o prometido y su capacidad para contagiar este modelo de servicio al resto de la sociedad como hemos visto estos días han hecho unas unidades del Ejército y de la Guardia Civil en Sant Llorens en Mallorca.

Tomo unas palabras de Ortega y Gasset: «Lo importante es que un pueblo advierta que el grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta».