Opinión

Culpables

No sé si hace diez, cinco o tres años, cuando entraban ustedes en un bar, de lo que hablaban los parroquianos era de Franco, pero aseguraría que no. Hoy, cuarenta y tres años después de la muerte del dictador y cuando ya llevamos mucha mili de democracia a las espaldas, no hay tertulia, columna –esta misma es la prueba– o red social que no lo tenga presente. Escuchar a los políticos discutiendo sobre el destino de un cadáver con casi medio siglo de antigüedad, además de surrealista, es peligroso porque no deja de ser otro elemento añadido y gratuito que está contribuyendo a dividir una sociedad a la que hasta ayer el asunto le traía al pairo, y una demostración más de que son los políticos –estos políticos– los que están echando disolvente sobre el pegamento de la convivencia. Son los políticos independentistas los culpables del follón catalán; son los políticos de un signo y de otro los que están reeditando el peor lenguaje ideológico: el facha, las extremas, el frentismo, la ilegitimidad aplicada al gobierno de turno sea del signo que sea. Son ellos los que remueven cada dos por tres leyes que reavivan heridas; los que no miran pelo a la hora de manipular sentimientos en beneficio propio aunque ello signifique cargarse el cemento de la unidad. No vamos a las urnas para que unos señores se echen en cara las conversaciones vergonzosas que han mantenido con un delincuente y que deberían provocar el despido fulminante de sus protagonistas, ni para que anden paseando como si fuera la antorcha olímpica los restos embalsamados de un dictador. Si alguna vez la frase de Groucho Marx definiendo la política como el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados, tuvo sentido, ese es este. Y alguien debería hacérselo mirar antes de que las grietas se conviertan en la fosa de las Marianas.