Opinión
Los «vips» proyectan no vender sus bodas
Revolución dentro de la jet set. Puede suponer una transformación y otro estilo. Será la manera de mantener el tipo y la arrogancia. Cambio total y hasta evidente ejemplaridad. Varían lo establecido y la nada aconsejable mala costumbre, unas maneras que quitaban fulgor al boato, que de esa forma se empobrecía y rebajaba. Quedaban mal el que compraba y el que vendía, aunque fuese para regodeo de los demás. Me pregunto si al abandonar la compra y venta la publicación de bodones pasará a la historia. El reciente enlace de Fernando Alba, que acortó sus innumerables apellidos, fue la primera piedra española en esta medida que se supone será imitada, como también sucedió en la boda de Eugenia de York en el castillo de Windsor.
Pasarán a la historia porque vuelve a las raíces de lo verdaderamente linajudo. Adiós a la abaratadora compra y venta de pompas, sentimientos que ya pertenecen a otra época. Los novias en ciernes ya lo tienen pactado. Un acuerdo traumatizante. Los jóvenes imponen su estilo y, de igual manera que arrumban rancios comportamientos marcando estilos, modos, maneras y costumbres alterando los que fueron formas desde hace siglos, revolucionan algo que parecía estancado. Quizá dentro de nada también altere las actitudes palaciegas, donde la soberana inglesa tuvo que acomodarse al ritmo aligerando ceremoniales añejos, o diría que apolillados, marcados por su descendencia. De igual manera que casi no hay contrayentes con velo de tul ilusión, saliendo del moño y hasta los pies, ni tampoco invitadas con pamelones amparadores del sol. A la historia también pasaron los guantes de piel, raso o ante por encima del codo.
Revolución completa que se completará suprimiendo el mercadeo –siempre bien agradecido– entre contrayentes y medios de comunicación. El trato dejaba mal a invitados y familiares, que se veían forzados a un posado indeseado. De eso fue ejemplo a seguir el «¡Hola!» que todavía está en los quioscos, donde hacen despliegue de mejores épocas. Es inagotable, da para mucho y obliga a repasar el coruñés matrimonio, vestida Marta Ortega con la sencillez de Valentino, apurada al máximo, y Carlos Torretta bajo impecable chequé.
Choca que, siendo Amancio y Marta propietarios de un emporio dedicado a crear tul ilusión para las menos afortunadas, eligiese al modista italiano y los multiplisados falderos tan recuperados por la moda actual. Dieron ejemplo de saber lo que se lleva, demostrando que las novias pueden saltarse los encajes de toda la vida convirtiendo lo tradicional en una obra de arte con lazada sujetando el multiplisado busto casi remarcando el estilo imperio. No todo queda en la simplicidad casi túnica que les imprimía Pertegaz o los recargados abullonamientos que caracterizaron a Pedro Rodríguez, que convertía a las novias en algo así como bomboneras.
En cuanto a los estilismos de los invitados, no estuvo a la altura mostrando descubierto el hombro izquierdo la mamá Carmen Echevarría en la boda y clasicorra y hasta antigua con su escote corazón sobre traje negro para la fiesta. Parecen detalles, o acaso descuidos, imperdonables en quien vive de vestir a los demás.
La sencillez del traje nupcial tenía espléndido contrapunto en los pendientes –¡de cuatro brillantes cada uno!– que refulgían remarcando la belleza de una novia que tiene la rubia belleza prototípica de la mujer celta. Del resto, infumable y casi grotesco el esmoquin fucsia de Samantha Vallejo-Nájera, el escote abombado tan poco favorecedor de Amaia Salamanca y el enrejado haciendo zigzag de la duquesa de Feria, Laura Vecino, además de los zapatos de ancha suela de Jon Kortajarena, que aún no ha aprendido lo delgada que debe ser la suela de un zapato de vestir. Y cuidado que lleva años pisando fuerte en las pasarelas. Sorprendió tanto como su deportivo blazer con camiseta negra. No estuvo a la altura y hay que decírselo.
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