Opinión

Chapeau

Los chalecos amarillos han conseguido doblegar a un presidente bisoño que ha hecho lo peor que podía hacer. Si Francia es capaz de sobrevivir un año más sin los impuestos a los carburantes, Macron debería haberse sentado a negociar en vez de irse de cumbre a Buenos Aires, o haber buscado una salida mucho más airosa que la de bajarse los pantalones hasta dejarse el cinturón en los tobillos. El presidente francés acaba de dar una lección al mundo de cómo un penoso estratega puede llegar a presidir un gobierno, pero lo peor es que ha dado alas a todos aquellos que consideran que la violencia es un arma legítima y, atención, democrática. Ahora que tenemos caliente el aniversario de nuestra Constitución, no dejan de ser chocantes las recientes imágenes de los estudiantes en Andalucía. Ninguno vivió la dictadura, todos han nacido, criado, estudiado y manifestado en un país democrático y sin embargo ninguno de ellos sabe qué es la democracia. Tres cuartos de lo mismo se puede decir de los políticos que los arengan, de quienes organizan escraches, de quienes se juegan la Justicia a los dados por debajo del mantel y de la alegre muchachada de los CDR. No hay constancia de en qué momento se comenzó a hinchar en este país el concepto de democracia hasta convertirlo en un cajón de sastre en el que todo tiene cabida incluidos el acoso, la imposición, la superioridad moral, el truco pactado, la ruptura, la falta de respeto y el "todo vale mientras no me lo hagan a mí". A Macrón se lo han comido vivo unos "demócratas" que acaban de demostrar de manera empírica que es mucho más efectivo un palo que la fraternité y la légalité. Allá él con su temblequera de rodillas, pero asusta, viendo el resultado, el posible efecto contagio en ese resto de Europa en el que nosotros también estamos. Énorme merde, Monsieur le Président