Opinión

Homenaje

Querría rendir un homenaje a todos aquellos españoles que, cada uno dentro de sus posibilidades, se manifiestan cuando y donde pueden (en las redes, en las calles, en los medios, incluso en simples conversaciones) en contra del discurso separatista. Si no llega a ser por este colectivo que, de una forma un tanto espontánea, reaccionó contra la intolerancia, es posible que España hubiera sucumbido. Llevábamos décadas «normalizando» y fomentando lo antiespañol, desarrollando como línea de progreso una imagen contraria a la nación, creando incluso dificultades para poder manifestar nuestra propia identidad como españoles, haciendo ver también que ser español era algo al parecer negativo. Y fue un signo de valentía reaccionar contra esa tendencia, y lo sigue siendo. Día a día, muchos españoles consiguen que las calles o las redes o los balcones donde cuelgan las banderas, no sean un dominio absoluto propagandístico del separatismo intolerante. La resistencia espontánea y popular recuerda a esa frase del himno de Francia «contra nosotros, la tiranía alza su sangriento estandarte». Se va consolidando una interesante línea de pensamiento, surgida asimismo de tal forma popular y espontáneamente, con argumentos poderosos y de sentido común, con que contrarrestar un discurso de gente entrenada desde hace décadas en el independentismo y la tergiversación de la historia y de la verdad.

Si, en vez de enseñar en las escuelas catalanas o valencianas la historia de estas regiones en clave nacional, se enseñara y estudiara en las escuelas cómo está organizado por ejemplo el centralismo francés (haciendo ver que Francia es una democracia, no reñida con el loable centralismo), otro gallo cantaría.

El problema es que, de seguir las tendencias al uso del modelo autonómico actual, llegará un momento en que, por pura lógica, haya más adeptos de los valores separatistas que de los valores nacionalistas. Y, entonces, cuando gracias a esa enseñanza de lo propio y excluyente, propio del estado de las Autonomías, se llegue a un ochenta por ciento de votantes independentistas, ¿qué hacemos? La única solución es atajar este problema y evitar el «brainwash» actual, para que no aumente el número de votantes contrarios, que es donde está realmente el peligro, en la esencia misma del Estado autonómico. El quid está en los votantes, y hay que evitar que sigan sumándose votantes contrarios a España; y para eso la sensatez ha de tomar el poder.

¿Cómo no poder amar a España, lo mismo que un francés quiere a Francia, o un alemán a Alemania? ¿Cómo se explica aún que haya personas y partidos que vean en la derecha un enemigo y en el separatismo su aliado? Nos salva el hecho de que en países como Gran Bretaña exista un Rey o un partido conservador, porque si no España estaría sumida en el caos ideológico.

Mi pequeño rechazo, por tanto, a todos esos esos que siguen estando temerosos a dar este salto pacífico a favor del «discurso en positivo» de defensa de la nación. A todos esos que siguen agazapados o simplemente invisibles. A esos, también, que no son pocos, que, por no perder una oportunidad profesional por ejemplo, no se atreven a alzar la voz. El separatismo ha considerado al parecer elemento de progreso la difamación de España, como si este argumento iba a funcionar. Y, sin embargo, nuestra democracia tiene virtudes y defectos, pero no es ni mejor ni peor que la francesa o la alemana... No somos mejores ni peores, ni tampoco antidemocráticos ni subdesarrollados.

Solo faltaría que por otorgar España más derechos a Cataluña, de aquellos que otorga Alemania a Baviera, o que Francia a Perpiñán o Bayona, fuéramos al final menos democráticos que esas otras naciones.

Este argumento por cierto creo es incontestable.

En todo Estado hay cosas mejorables, pero la solución a los posibles problemas nunca podrá estar en echar la culpa a la Nación, como si esta fuera diferente de cualquier otra de nuestro entorno. Tenemos frente a nosotros auténticos profesionales del propagandismo en el exterior; y sería importante cortar ya, urgente, esta vía de difamación constante en el extranjero, que el separatismo hace de nuestra democracia. Ellos están ya en otra dimensión. No hay diálogo, por su parte, y se dedican a la batalla exterior y hay que cortar ese frente como sea. Todos a una, sin excusas.