Opinión
El cordón sanitario europeo
Mientras en España la actualidad gira entre
pactos censurados y pactos imposibles, en Europa los grupos políticos de los
populares, socialistas, liberales y verdes, considerados en mayor o menor
medida como fuerzas europeístas, han impulsado un cordón sanitario en la
Eurocámara para excluir de cargos a los diputados ultraconservadores y
euroescépticos de Le Pen y Salvini. El acuerdo “europeísta” ha evitado que el
grupo político Identidad y Democracia (ID) del Parlamento Europeo, con 73
escaños, consiguiese la presidencia de dos importantes comisiones
parlamentarias, a las que parecía tener derecho aritméticamente. En definitiva,
el pacto alcanzado pretende limitar al máximo la capacidad de influencia de las
formaciones ultraconservadoras y euroescépticas.
Si bien resulta contradictorio tener en las
instituciones europeas a quienes las quieren destruir y es obligación moral de
quienes creemos en el proyecto europeo intentar impedirlo, creo que debemos
pararnos a reflexionar sobre cómo queremos conseguirlo.
Primero, debemos notar que las formaciones
ultraconservadoras y euroescépticas se han convertido en la quinta fuerza de la
cámara. Estos 73 diputados resultan del voto de millones de ciudadanos
europeos, principalmente en Francia, Italia, Alemania y Bélgica, que son
curiosamente cuatro de los seis países fundadores de la propia Unión Europea.
Las razones del auge de estos movimientos
populistas y nacionalistas son variadas y complejas, pero nadie puede negar que
haya existido una pérdida de confianza en las instituciones europeas, durante
los años preelectorales, que también ha facilitado la expansión de tales ideas
involutivas entre la ciudadanía. De hecho, el temor de que pudiesen alcanzar
mayor representación ha estado presente durante toda la campaña electoral. Hoy,
ya conocidos los resultados, algunos celebran que finalmente su ascenso no haya
sido tan grande como se temía, mientras otros no vemos ese “finalmente”. En
otras palabras, las fuerzas eurófobas están representadas cuantiosamente en el
Parlamento Europeo; que hayan venido para quedarse o sean una anécdota de esta
legislatura depende también de lo que los europeístas hagamos en estos cinco
años.
Segundo, cabe preguntarse si no
es lícito pensar que sin la Unión Europea estaríamos mejor. Sé que hoy en día,
decir en alto una idea que se considera errónea es prácticamente tabú. Pero sí,
incluso creyendo fervientemente que el problema de la UE actual es la falta de
mayor integración política, económica y social, y abogando por seguir avanzando
en su construcción, puedo entender que otros consideren que la solución está
precisamente en el sentido opuesto y deseen volver a tener su completa
autonomía, su lira e incluso su propia desdicha. Y en ese caso, ¿no habrían de
utilizar los medios democráticos y las reglas del juego establecidas para
conseguirlo? ¿Va a desmotivarlos nuestra censura o estaremos apagando un fuego
con gasolina?
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