Opinión
Claudio Naranjo
Se nos ha ido un sabio. A mí me parecía eterno, como todos esos que te acompañan en la vida y te son necesarios. No le conocí, pero cada vez que necesitaba consuelo iba a sus escritos, a sus entrevistas, a sus ideas. Este psiquiatra, escritor, maestro e inmenso conocedor del alma humana, creía en la humanidad, en nosotros, en la posibilidad de cambio a través de la educación en la valentía. Una de sus frases célebres está siempre en mí: «La educación debe parecerse más a la jardinería que a la carpintería. Mientras un carpintero sigue un plano preestablecido, el jardinero se enfrenta al misterio». El misterio que somos todos y que tenemos que descubrir. Porque no somos ni nuestros padres, ni lo que nos inculcan que debemos ser. No somos. Tenemos que hacernos. Tomar conciencia de que todo es según cada uno, y que solo a través del equilibrio entre el instinto, el ser espiritual y el intelectual que portamos, podremos ir descubriéndonos plenos. Para eso hay que cambiar la educación totalmente. Dejarse de protocolos y escalas de importancia. Esas escalas, en las que un niño dotado para una disciplina es mejor que uno dotado para otra. Este sistema mercantilista y patriarcal sustenta el hiperdesarrollo intelectual y relega el instinto y las emociones humanas. Esta educación es castrante porque no permite a los jóvenes saber en qué lugar serían más felices, si en una panadería, en un barco, en un escenario o en una huerta.
Una educación humanista, de valores femeninos, iría acabando con la rivalidad desmesurada. Iríamos hacia a una transformación, a mejor. Y lo dijo Claudio, hombre y sabio reconocido mundialmente.
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