Opinión
Puntos suspensivos
El mundo cambia hoy en día tan deprisa que desaparecen muchas cosas sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, tipografías «old style» como los puntos suspensivos. Antes se usaban mucho más y de maneras muy variadas. En el siglo XIX aparecían con frecuencia al principio de gran número de novelas, sobre todo si eran rusas. En el primer capítulo, el protagonista llegaba a la ciudad de N... para encontrarse con su amigo E... con el que comenzaban a sucederle cosas. Nunca sabías si no se detallaban los nombres por discreción, por pereza, o por que la ley de protección de datos estaba ya mucho más desarrollada de lo que podemos imaginar ahora. Otro caso que también cada día se ve menos es el de la sustitución de insultos o palabras soeces por signos escogidos entre los de la parte más olvidada del teclado. En los comics, salían por ejemplo Mortadelo o el Capitán Haddock y, cuando eran atacados por los villanos, los ponían en fuga enfurecidos mientras gritaban algo así como: ¡¡ &*,#, %+*!!
Por un milagroso mecanismo adaptativo telepático o convencional, los niños interpretábamos automáticamente que todos esos signos tipográficos expresaban la atribución al contendiente de una posible relación filial con una meretriz. Era un recurso muy propio del siglo veinte, debido a la popularización de la máquina de escribir y su teclado estándar. No se ha encontrado nunca un códice del siglo XIII donde el copista hubiera expresado la opinión de la curia papal sobre los herejes aplicándoles el mismo signo del tanto por cien o el asterisco. Lo que es evidente es que estas convenciones de lenguaje antañonas nunca podrán competir con los modernos emoticonos de twiter. Donde esté un buen excremento de colores con ojos nada puede hacer el mejor asterisco del mundo.
Otra cosa es que esas venerables prácticas pudieran recuperarse para redactar los comunicados de los pactos que están intentando sacar adelante nuestros políticos. Podría decirse que I... ha pactado con P... en M... y que el programa será: ¡¡&*%+*!!
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