Gibraltar

Gibraltar español

Erik Martel

El bulldog es el animal emblemático de Inglaterra. Protagonizaba peleas con otro animal no menos emblemático: el toro. Atacaba mordiendo con firmeza sus gónadas. Cegado de dolor, intentaba éste cornearlo hiriéndose al tiempo de muerte.

Las poderosas mandíbulas de Albión llevan 300 años mordiendo los bajos meridionales de España. Otros tantos llevamos los españoles de toda laya política tratando de zafarnos y recuperar la soberanía sobre el Peñón arteramente ocupado.

Hace apenas medio siglo estuvimos a punto de conseguirlo. Una hábil diplomacia multilateral en coyunda con la simple aplicación de lo acordado en el desigual tratado de cesión de Gibraltar, logró el milagro. Los británicos aceptaron hablar de la soberanía. Dejaron pasar el tiempo, cosa en la que son unos maestros, esperando con la escopeta cargada.

Llegó su momento cuando necesitábamos que no bloquearan nuestra entrada en Europa. El precio fue olvidarse de la recuperación de Gibraltar. Sucesivos gobiernos se encargaron de esconder la serendípica situación. Pero hete aquí que se hace realidad aquello de que donde las dan las toman.

Ahora es España la que está en condiciones de exigir un precio por no bloquear el Brexit. Que Londres elija entre hablar de soberanía sobre su diminuta colonia o hacer peligrar sus relaciones con una organización que alberga a un millón de sus ciudadanos y sostiene el 50% de su comercio. La verdad es que parece que nos ha mirado un torvo tuerto.

La ministra de Exteriores del nuevo Gobierno social-comunista ha declarado que no se puede empezar tratando de hablar de soberanía. ¿Cómo empezar? Si llevamos tres siglos empezando. Además, según ella, habrá que hacerlo sobre su novedoso invento que llama «soberanía del siglo XXI», trasunto del bolivariano socialismo con lo que se trata de enmascarar un comunismo de tomo y lomo.