Opinión

Una de dos

Sobre el tema de «prohibir el franquismo» una de dos: o se prohíben los extremismos de un lado y del otro. O se permiten los extremismos de un lado y del otro. Lo que no es lógico es repercutir solo contra uno porque, por la misma razón, habría que hacerlo contra el otro. Parece de perogrullo.
Expliquemos con más claridad las dos opciones: la primera es reafirmar una libertad de expresión en sentido amplio, sin poder prohibir actos de apoyo al franquismo ni al comunismo. La segunda opción es reforzar la Constitución evitando cualquier extremismo blindando la Constitución. Igual es hora de hacerlo.
Veamos las dos opciones. En la segunda línea está el modelo alemán, que conozco bien incluso como habitante durante varios años en ese país. En Alemania hay un servicio muy popular llamado «Protección de la Constitución» (Verfassungsschutz), que habría, según esta opción, que crear en España. Sus miembros vestidos de paisano se infiltran por ejemplo en tranvías o autobuses y van oyendo conversaciones… De hecho, es allí conocido por todos que es conveniente moderar las opiniones. Trasladada esta lógica a España, los primeros que caerían serían los partidos independentistas incluyendo PNV etc. Los segundos, en esta opción, serían los partidos que enarbolan banderas republicanas o se muestran en contra del Rey. Y siguiendo esta lógica, en tanto en cuanto hubieran desaparecido antes los dos citados (independentistas y comunistas) caería en tercer lugar Vox o quizás el Psoe. Aquel sería un caso curioso porque, en lo jurídico–administrativo, que es donde aquel choca con la Constitución, es a costa de propugnar el sistema que ha existido predominantemente en España siempre durante el siglo XIX y XX, de corte centralista francés, es decir, un sistema que tiene la justificación de ser el sistema que hay en Francia y que es el que hubo siempre en España. O acaso es que es ya inconstitucional toda la historia.
Pero vayamos ahora con la primera opción: la cuestión es más clara aún. Es decir, lo que es un disparate auténtico es querer afectar al franquismo y sin embargo no afectar al comunismo o sobre todo al independentismo. Primero, no tiene sentido prohibir extremos de un lado y no prohibirlos del otro, ni menos aún dejar a un lado (en este debate) a quienes más lejos están de la Constitución. Para los de izquierdas está claro que el franquismo es malo. Pero es que a la inversa podría decirse también lo mismo del comunismo. Segundo, el caso del franquismo arraiga en una guerra civil donde, por definición, hay dos bandos que se agreden recíprocamente. Crímenes hay, en una guerra civil, de un lado y de otro. La comparación con el nazismo por tanto no parece bien fundada. Las cosas, en términos racionales, parecen bastante claras y creo que la solución que se adopte ha de ser racional, igualitaria y no emocional. Es curioso pero, incluso sin compartir el franquismo, uno tiene la sensación de que, en términos puramente racionales, se llega éste a entender mejor hoy día que en 1975. Es decir, con el crecimiento que ha habido de independentistas y comunistas, y en general de intolerantes e intransigentes, uno puede llegar a visualizar mejor cómo la intransigencia extrema puede llevar a una reacción que, aunque no se comparta, puede llegar a entenderse como fenómeno de laboratorio. También este fenómeno hace más complicada la comparación con el nazismo, que viene a ser el quid de la nueva ley.
Volviendo al lema «una de dos», igual que a una persona de izquierdas del siglo XXI le puede molestar que le impongan la ideología del catecismo a ultranza o la virginidad como dogma, por ejemplo, también debe entenderse (si nos ponemos en postulados de respeto) que a los que no comulgan con las ideas de izquierda no se les pueda obligar a asumir esa ideología. Porque es claro que al que la propugna le gusta, igual que al que no la comparte le disgusta. En el fondo lo que se persigue es el voto, porque toda persona educada con el ideario de izquierdas acabará votando a la izquierda. El caso más claro es Cataluña o el País vasco: a base de enseñar valores autonomistas la gente ha terminado votando a los más autonomistas. Lo peor es que por esta vía de educación el propio PSOE terminará desapareciendo de Cataluña o el País Vasco igual que lo ha hecho ya el PP, porque seguir la tendencia del autonomismo al que favorece al final es al más autonomista. El más guay en Mallorca es el que habla mallorquín, los demás son «de segunda» clase. Y así la gente se «va integrando», se dice, y así primero acaba el PP, después el PSOE y al final se quedan solo los guays.
Habría una tercera opción, que sería pasar página a todo esto y olvidarse de este tema y empezar a hablar de otras cosas (no vendría mal hablar un poco más por ejemplo de literatura y menos de política) porque todo con excesos cansa.