Opinión

El falso milagro del Plan Marshall

Todos los políticos, ante cualquier problema, solo piensan en aumentar el gasto público. Cuando el problema es muy grave, solo piensan en aumentar mucho el gasto público. Y cuando el problema es gravísimo, solo piensan en el Plan Marshall. Durante la crisis económica de 2007, Mariano Rajoy pidió un Plan Marshall, para Europa, para África, para donde fuese. La izquierda lo ha pedido siempre. Y ahora, con el coronavirus, no me asombró leer que la OCDE y el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, han reclamado un Plan Marshall para hacer frente a la crisis. Anunciado por el secretario de Estado, George Marshall, en junio de 1947, el plan que llevó su nombre consistía en transferencias de dinero público de Estados Unidos a Europa para su reconstrucción.

La idea era muy simple: si el mayor gasto del New Deal había sacado a los americanos de la depresión, ¿por qué no repetir el milagro? Sin embargo, como recuerda Ryan McMaken, del Mises Institute, la receta, que en realidad no funcionó con Roosevelt en Estados Unidos, tampoco lo hizo con Marshall en el continente europeo.

Las economías europeas se recuperaron tras el fin de la guerra, pero no gracias al Plan Marshall, porque los británicos recibieron el doble de ayuda que Alemania, y su crecimiento fue muy inferior. Además, el dinero que llegó a los germanos fue una porción reducida de su PIB. Lo que sucedió fue que los políticos alemanes desmantelaron el sistema económico antiliberal de los nazis, introdujeron una moneda nueva y estable, bajaron los impuestos y abrieron la economía: privatizaron y desregularon. Eso y no otra cosa fue lo que facilitó el famoso «milagro alemán».

En cambio, al otro lado del Canal de la Mancha, los políticos británicos iniciaron una larga carrera intervencionista, prolongando los controles vigentes durante la guerra, y ese intervencionismo hundió al Reino Unido en una decadencia que solo revertiría el liberalismo de Margaret Thatcher. Asimismo, una política relativamente liberal de bajos impuestos, elevado ahorro y mercados abiertos, fue lo que permitió el notable progreso del otro país derrotado: Japón. Que no nos vengan con cuentos, señora. Paz, justicia y libertad han sido siempre los requisitos. Y no el gasto público.