Opinión

Encuestas

Francisco Romero Robledo, que fue un decimonónico ministro de Fomento, y de tal y cual, en sucesivos gobiernos, porque era un profesional de las carteras ministeriales (como hay tantos), decía que el perfecto diputado debe seguir la siguiente norma: votar con el Gobierno en el Salón de Sesiones y hablar mal de él en el Salón de Conferencias. Mientras que José de Posada Herrera, político asturiano, al que tampoco se le dio mal lo de ejercer de gerifalte de la Administración del Estado, decía asimismo durante el siglo XIX que hay que comer con el Gobierno, pasear con la oposición, dormir fuera de casa y no estudiar nada de nada, porque el saber sí ocupa lugar. Que el saber sí ocupa lugar lo sabe, valga la versada redundancia, todo el que tenga una biblioteca. Los analfabetos de hoy se justifican, como hacían los de ayer, con peregrinos argumentos como que ahora los libros se llevan en la «Tablet» y que por eso los suyos «no se ven». Pero la excusa no cuela. No todos los libros que importan, aquellos donde se encuentra buena parte del ansiado saber, caben en un aparatito electrónico. Todavía no los han escaneado todos para convertirlos en PDFs. Las casas de celebridades que aparecen en revistas de decoración están tan desnudas de libros, y por tanto de ideas, que por bueno que sea el interiorista, y muchos los millones del famoso, una siente al mirarlas una desolación muy parecida al desengaño: porque el saber no se precisa para tener fortuna o poder. De hecho, muchas grandes fortunas se han hecho sobre la más escandalosa ignorancia. Y fulgurantes carreras políticas se han construido exclusivamente sobre los cimientos del amiguismo, la militancia o el peloteo. Afamados ignaros están encumbrados en la pirámide del cargo público, demostrando con su ejemplo cada día que, si malo es juzgar el ayer con ojos de hoy, mucho peor es juzgar el hoy con los ojos del ayer… Etc. Sin embargo, ahí están consuetudinariamente: imponiendo. Mientras el sabio no puede ahorrar para comprarse una camisa, ellos aplican con el bisoño entender de la información exclusiva del poderoso. Y hablando de siglos pasados: bien podía el CIS hacer encuestas telefónicas, testando el nivel de salud «mental» de la población española, ahora que estamos todos en casa. Leyendo.