Opinión

Jorge Manrique

Nacido en Paredes de Nava (Palencia), en el corazón, pues, de Castilla, donde hay un convento de clausura de Monjas Brígidas, el Monasterio de San Francisco, donde una de las enclaustradas, sor Carmen González, reza incesantemente por todos los españoles, distinguiendo a mi familia con una especial predilección cristiana que agradecemos nosotros correspondiendo del mismo modo, aunque con mucha menos eficacia sin duda. Rezan tanto por todos que, con esta condena al enclaustramiento para liberarlos de la pandemia, siempre tememos que continúen viviendo fuera de clausura para que las siga protegiendo Dios en su feliz encierro.

Quiero saludarlas con devoción humana y religiosa a la par con el modelo hermoso del nacido en Paredes de Nava, hijo del Conde de Paredes de Nava don Rodrigo Manrique, Maestre de la Venerable Orden de Santiago, cuya familia entroncaba con linaje de Lara y con la Casa Real reinante en Castilla. Caballero santiaguista, Trece de la Orden, Comendador de Montizón y Capitán de la Hermandad del Reino de Toledo. Junto con su padre y su tío, el también poeta Gómez Manrique, simpatizó con la causa del Infante don Alfonso, por quien luchó contra Enrique IV. Tras la muerte del Infante apoyó la causa de Isabel la Católica, de quien fue fervoroso seguidor, defendiéndola en el Campo de Calatrava contra el Marqués de Villena. Se le compara con Garcilaso de la Vega, como él, poeta.

Se conservan de Jorge Manrique unas cincuenta composiciones poéticas que han llegado hasta hoy a través de los Cancioneros del siglo XV. No son que relevante literario; sí, en cambio, de gran mérito las «Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, el Maestre don Rodrigo», obra escrita en 1476 y publicada primeramente en Sevilla en 1494, dos años después de que la flota de las tres naves capitaneadas por Cristóbal Colón descubriera la ruta del viaje Atlántico, que dio como resultado el comienzo del descubrimiento de América. Las Coplas de Manrique son una dolorosa elegía en la que el poeta lamenta melancólicamente la inestabilidad de la fortuna, la fugacidad de las glorias terrenales, el poder igualatorio de la muerte, que no respeta a nadie.

Sólo la virtud personal desafía al tiempo y al destino. En las últimas diecisiete Coplas el poeta, roto de sereno dolor y esperanza en la vida futura, realiza un maravilloso elogio fúnebre de su padre don Rodrigo Manrique. El «Poema» consta de cuarenta coplas de pie quebrado o «coplas manriqueñas»: pareja de sextillas constituidas por una doble serie de octosílabos, más un tetrasílabo con rima abc, abc. Puede dividirse la obra en tres partes diferenciadas a tenor de los temas tratados en cada una de ellas.

Las trece primeras coplas contienen una consideración general sobre la fugacidad de la vida y el poeta exhorta a los hombres para que en todo momento recuerden su condición mortal y su destino divino. En la segunda parte –desde la copla XIV a la XXIV– se ilustra la idea del primer grupo con influencia del tema central de la danza, con una serie de ejemplos de las danzas de las muertes medievales. A partir de la estrofa XX y hasta el final aparece la figura de don Rodrigo Manrique, el verdadero protagonista de la obra. Esta tercera parte, a su vez, se divide en dos. En la primera, Manrique elogia al héroe, sus virtudes y sus hazañas guerreras. En la segunda, aparece la Muerte que dialoga con don Rodrigo, quien la acepta con cristiana resignación. Desde la copla XXV hasta el final, aparece la impresionante figura de don Rodrigo Manrique: el elogio al héroe, sus virtudes naturales y hazañas guerreras y, de nuevo, la Muerte que la acepta con cristiana resignación. Una doble aceptación, pues, de la muerte.

Esta doble parte es una correspondencia con las denominadas «tres vidas» cristianas: la perdurable o eterna, la mortal o perecedera y la de la fama que vive en el recuerdo de la posteridad. Todo contribuye a la excelsa calidad lírica de las «Coplas», donde se concentran los principios fundamentales de la filosofía cristiana.

«… Porque después de morir

no hay otro mal ni penar…

No tardes, Muerte, que muero;

ven porque biva contigo;

quiéreme, pues que te quiero,

que con tu venida espero

no tener guerra contigo»

(Pedro Salinas: «Jorge Manrique o tradición y originalidad». Buenos Aires, 1952).