Opinión
Insultos
Desde las altas esferas del poder nos envían el mensaje –claro, directo, no cabe interpretación porque no hay ni rastro de metáfora en la enunciación– de que el insulto es normal, bueno y democrático, por no decir moderno. Que, verbigracia, la cloaca de Twitter es la nueva normalidad del discurso público. Lo moderno siempre mueve multitudes. Todos queremos ser actuales. Lo carca es facha, y hay que ponerse a la última. Los árbitros de la novísima normalidad naciente nos gritan desde su atalaya que insultemos, vilipendiemos, ultrajemos, humillemos. Así que la zafiedad está cada día más empoderada. Nos hacen creer que ser estúpidos, vulgares y mediocres, es la moda. Lo que conviene a mucha gente cuyo natural tiende a la mediocridad, la vulgaridad y la estupidez, de modo que se regocija de manera evidente cuando le dicen, con ejemplar grosería, que cuanto más se rebaje el común, más está a la altura de los tiempos, más se encontrará en boga y de actualidad, como si fuera una tendencia textil de temporada. Decía Noam Chomsky que las grandes corporaciones nos manipulan cuando nos idiotizan y nos alejan de las ideas, del pensamiento, cuando tratan de evitar que la masa se vuelva reflexiva, que piense e intente educarse, conquistar un juicio crítico. Pero también algunos políticos favorecen que las gentes se infantilicen, dejándose llevar por emociones de usar y tirar. Que se atolondren. Los brutos no cavilan, ni examinan el mundo con ojos analíticos. Por eso son fáciles de conducir (hasta las urnas, con la papeleta en la boca). Los rucios son clientes dóciles, sus emociones pueriles los vuelven insustanciales, presas de un ocio mentecato y una ideología de alcornoque. La masa, cuando no piensa, acepta encantada cualquier caramelo envenenado que le ofrezca su cacique ideológico. Incluso quemar estatuas. Vandalizar escaparates y, con suerte, pillar al asalto un iPhone. Revisar la historia cuando apenas has conseguido aprender a leer las señales de tráfico. Escribir improperios rebosantes de odio y faltas de ortografía… Emociones fuertes. Instintos básicos. Todo eso es benigno, es justo, nos dicen. ¡Pero es mentira!, las agresiones verbales no son menos duras que las físicas. La palabra tiene la fuerza de una pedrada. Y el maltrato y la furia solo nos ofuscan, haciéndonos luchar rabiosa, mortalmente, por el triunfo de la ignorancia.
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