Opinión

Realpolitik

Los sociólogos aseguran que la mayoría ciudadana tiene un enorme sentido de la Realpolitik: creen que la política es el arte de lo posible, y tienden a adaptar pragmáticamente sus opiniones a las que declaran aquellos partidos o políticos que tienen éxito, o que les venden augurios de un futuro triunfo (que en ocasiones nunca llega) mientras pueden prometer que prometen. Los votantes se dejan seducir por quienes en apariencia tienen posibilidades de ejercer el poder. Por eso, partidos nuevos que surgieron de la nada, lograron tener eco mediático y transmitir una viva sensación de triunfo, y luego se afianzaron en el Parlamento, avalados por ciudadanos que creyeron firmemente en sus posibilidades de gobernar. ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. Pero la Realpolitik de la ciudadanía, igual que eleva al poder a un partido, puede condenarlo a la desaparición cuando todo indica (a través de medios de comunicación que abundan sobre su reputación, influencia, etc.) que ha fracasado en su proyecto. De este modo han desaparecido en España muchos partidos, no solo grandes (UCD, UPyD…), sino numerosos de los pequeños. Estar siempre arriba no es fácil. Incluso los dos partidos más importantes en España —PSOE y PP— han visto peligrar su hegemonía azotados por la corrupción pero, sobre todo, por la Gran Recesión, que fragmentó las sensibilidades, no solo políticas, con su carga explosiva de indignación, dolor y miseria, propias de una guerra extraña. En sociedades como la nuestra, acostumbradas a ciertos niveles de bienestar y seguridad, cuando falta el trabajo, o el dinero (más importante: subsidios, etc.) todo estalla por los aires. El dinero es el lubricante que procura paz social, igual que el reparto del poder apacigua a los políticos. Siempre me había preguntado, incrédula: «¿Porqué esta persona fue votante del PSOE a muerte, y luego del PP a defunción, y después de Podemos hasta la extinción…?». La respuesta es sencilla: porque siempre nadan con la corriente, con el poder. Se contaba antaño que el torero Jesulín de Ubrique tenía incontables fans que lo acosaban hasta esperarlo escondidas en su habitación de hotel cada vez que terminaba una corrida. Pues bien, estoy segura de que aquellas alegres, entusiastas muchachas, que hace años se ocultaban debajo de la cama de Jesulín, hoy son (casi) todas rabiosamente antitaurinas. Realpolitik. O sea.