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Opinión

El fracasado asalto al régimen del 78

El movimiento del 15-M fue una reestructuración de la izquierda, aprovechando la grave crisis económica que vivía España y que el PSOE estaba en el Gobierno, así como una hábil estrategia de los comunistas y antisistema para reinventarse. El resultado no ha podido ser más fructífero tanto en lo político como en lo personal. Es una reedición del Frente Popular, el modelo alumbrado en la desquiciada Europa de entreguerras, que permitió alcanzar los gobiernos en Francia y en España. Los comunistas que habían cometido todo tipo de horrores desde que comenzó la Revolución Rusa en 1917 conseguían entrar en el gobierno español durante la Guerra Civil. A pesar de la colaboración de Stalin con Hitler y el vomitivo reparto de Polonia, incluido la matanza de Katyn, sería la invasión de la Unión Soviética lo que haría que el genocida «hombre de acero» acabara siendo necesario para las grandes democracias en la lucha contra un horror, quizá todavía mayor en aquel momento, como eran las potencias del Eje. Con la Guerra Fría y los intentos desestabilizadores de los sicarios de Stalin y sus sucesores, la CEE fue una respuesta, entre otros aspectos, al comunismo.

Es cierto que luego se inventaron el Eurocomunismo e intentaron ser demócratas y colaboradores con las democracias, porque el sistema golpista ya no era posible. Es lo mismo que si se hubiera creado un Euronazismo o un Eurofascismo. Al final, todas las doctrinas totalitarias son exactamente iguales. En España lo tenían mal como consecuencia de la Guerra Civil, la URSS y la Transición. Por ello, el PCE cosechó sonoros fracasos en favor de un socialismo al que Felipe González había hecho abandonar el despropósito del marxismo y convirtió en uno de los grandes partidos socialdemócratas del mundo. El gran director y protagonista de la Transición fue el rey Juan Carlos, así como un conjunto de políticos, sindicalistas, intelectuales, empresarios, periodistas y el pueblo en su conjunto que querían pasar página de la Guerra Civil y el franquismo. Era el pasado y se quería mirar al futuro. España quería ser Europa y, por supuesto, lejos de la comunista controlada por la Unión Soviética.

No importa las tonterías, descalificaciones o campañas que se emprendan contra don Juan Carlos, porque fue, tal como le aconsejó su padre, el rey de todos los españoles. Lo hizo de forma ejemplar y hasta su abdicación realizó un papel extraordinario al servicio de España y los españoles. No es necesario divinizarlo como hacían los romanos con los emperadores o los egipcios con los faraones, porque es un hombre extraordinario y un estadista, pero no un santo laico. Con sus errores y sus aciertos, pero lo importante es su obra y su legado. Los comunistas y los antisistema que son hijos del 15-M no quieren ser, desgraciadamente, una izquierda moderna, progresista e integradora, sino que siguen con las pesadillas distópicas del fanatismo y el radicalismo que aprendieron de desordenadas y parciales lecturas de políticos, historiadores y economistas marxistas. En lugar de asumir los grandes éxitos de lo que despectivamente llaman el régimen del 78, quieren un proceso constituyente que acabe con la Monarquía parlamentaria y nos conduzca al escenario que vivió España tras la caída de la Monarquía en 1931.

No lo tienen fácil porque, afortunadamente, estamos en la UE y el PSOE no está por la labor. Es fácil criticar a Sánchez, lo hago habitualmente en estas páginas, pero sería un fanatismo de otro signo no reconocer que está teniendo un comportamiento impecable. No puede romper con Podemos salvo que el PP le ofrezca un cheque en blanco de gobernabilidad, algo que en este país resulta imposible. Un gobierno de coalición hubiera sido algo muy europeo, como en Alemania, pero me temo que muy poco español en una sociedad que, desgraciadamente, se ha instalado en el guerracivilismo. Sánchez sabe, además, que no estamos en tiempos propicios para una república por más republicano que lo sea él y su partido como también lo eran, por cierto, González o Zapatero.

Sánchez ha potenciado durante los últimos meses la figura de Felipe VI y hay que reconocerlo, aunque los sectores radicales del espectro ideológico español no quieran aceptarlo. Unos por miopía y otros porque no les gusta en su estrategia para acabar con el régimen del 78. No es casual el gesto de invitarle a la reunión con los presidentes de las comunidades autónomas en San Millán de la Cogolla. Es evidente que podría no haberlo hecho. La Corona es una garantía de estabilidad y concordia, aunque no la quieran los comunistas, independentistas y antisistema. Es bochornoso que el Parlamento de Cataluña, donde muchos de los que se sientan fueron cómplices activos o pasivos en la corrupción del pujolismo y la mayoría participó en el intento golpista de Puigdemont, se atreva a hacer un pleno contra Felipe VI. Es, simplemente, repugnante y otro de los síntomas de la decadencia de mi tierra y la enfermedad moral que la está devastando.

El régimen del 78 goza de una sólida salud a pesar de los imberbes intelectuales que lo cuestionan. Lo más importante es que el PSOE, al igual que sus homólogos socialdemócratas en las grandes democracias que son monarquías parlamentarias, está con la Constitución del 78 y al lado de la Corona. Es fundamental que esto siga así y, a pesar de mis discrepancias con Sánchez y el PSOE, no puedo por menos que defender, por una cuestión de patriotismo, este aspecto de su acción gubernamental. No quiero imaginar que sucedería si decidiera convertirse en un republicano activo dispuesto a cambiar el régimen político. Es algo sobre lo que tienen que reflexionar los patriotas de centro y derecha.

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