Opinión

Infancia

El grupo narcoterrorista FARC se fraccionó: viejos terroristas hacen política, porque el ex presidente de Colombia, Santos, y su nefando premio Nobel de la Paz, los convirtieron en políticos «legales». Mientras los jóvenes continúan narcotraficando y secuestrando. Dicen que se han llevado a miles de niños durante la pandemia. Esas criaturas a nadie importan, al parecer. A los secuestros, los maleantes de las FARC los denominan «reclutar» (menores) para «la lucha armada». Gran cantidad de sus componentes son también menores de edad. A muchos los engañan prometiéndoles que, ejerciendo el terror y el narcotráfico, conseguirán dinero para sus familias. Suelen obtener, en cambio, un tiro en la nuca y una vida rota. Por lo general corta, miserable y feroz. Las niñas son violadas con frecuencia por sus secuestradores: ése es su aprendizaje del ejercicio del crimen «robolucionario». Sus ceremonias de iniciación y pertenencia a tan infame grupo se limitan a violaciones recurrentes con el resultado habitual de abortos forzados. Brutales procedimientos de intimidación a través de los cuales convierten a las chiquillas en seres resentidos, dolientes, traumatizados, que pueden llegar a desquitarse de las injusticias sufridas inmunizándose ante la violencia y ejerciéndola sin pestañear sobre otros seres humanos. Esa reacción ha sido estudiada por la psiquiatría. No produce nada bueno. Docenas de ex «comandantes» de las siniestras FARC han violado a tantas niñas que la cifra produce escalofríos. Como premio, Santos los sentó en el Senado de su país. Y ahí siguen. Pero esos niños secuestrados, violados y quebrantados, no cuentan para los «transformadores sociales» occidentales que avanzan en la repugnante idea de ingeniería humana de apremiar para que los individuos accedan cada vez más prematuramente a las funciones que, hasta hace poco, y producto de milenios de aprendizaje civilizador, se reservaban a los adultos: el voto, el sexo, el crimen, la guerra… Esa perversa y anti civilizadora idea no solo se está ensayando con los menores de grupos terroristas colombianos. También se practica de muchas maneras, sutiles o bestiales, en Occidente, donde cada vez hay menos niños de verdad, pero abundan en cambio las criaturas tempranamente envejecidas, desgarradas por la pornografía, el abandono a su suerte frente a la estupidez orgánica de las pantallas, los abusos… ¿Y hacia dónde iremos cuando ya no existan verdaderos niños, cuando el mundo se quede sin infancia?