toque de queda
Padres, 1-Adolescentes, 0
Y ahora tengo la sospecha de que el toque de queda es, en realidad, una victoria de los padres
Casi todos los que nacemos en Madrid y en muchos otros lugares de España tenemos una desventaja con los que nacen en sitios donde a cada rato se están preguntando por su identidad nacional. A mí eso siempre me dio igual. Y aunque tengo mis problemas de identidad, no puedo construir con ellos una historia épica, de colonizadores, víctimas, un futuro libre y tal. Eso, que da sentido a toda una juventud nacionalista cansada de botellones, me lo perdí. Cuando era adolescente lo máximo que quise fue, como todos, cambiar el mundo, pero acabé demasiado desgastado por las peleas con mis padres para que me ampliasen el horario de llegar a casa. Esa guerra cada fin de semana te dejaba sin ganas de cambiar el mundo o de pedir la independencia.
Y ahora tengo la sospecha de que el toque de queda es, en realidad, una victoria de los padres.
Cuando se propuso desde las 0:00 horas hasta las 06:00 pensé que la única posibilidad de que no me pillase en la cama es que me pillase dormido en el salón, con la serie pasando capítulos. Estoy en ese momento en el que ya no las juzgo diciendo si es buena o mala, si los personajes están bien construidos o son arquetipos, si cambian o no mi visión de la vida. Cuando hablo de series las valoró así: me dormí o no me dormí. Más o menos lo que lleva haciendo Carlos Boyero toda su vida y así ha hecho carrera.
Lo que yo espero de este toque de queda no es que dure hasta mayo, sino que, si puede ser, se mantenga hasta que mi hijo tenga edad de salir y así cuando se le ocurra discutir el horario, o me diga que es que sus amigos...; o me ataque diciendo que soy un carca que no sabe divertirse, yo afirme con la cabeza, le saque el BOE y le recuerde, a ese adolescente que quiere más a sus amigos que a mí, le recuerde, insisto, sin esconder mi satisfacción interior, que no soy yo, hijo, es el Gobierno. El toque de queda, en fin, lo hemos pasado todos y, sí, deja huella: nunca olvidaré aquella noche que pasé de volver a mi hora porque estaba ligando (¡estaba ligando!) o eso creía yo porque a eso de las dos de la mañana ella dijo que se iba, que era su hora y no quería llegar tarde, pues sus padres la esperaban siempre despiertos y siempre en alarma.
La acompañé hasta su portal, no por cuidado, sino por si cambiaba de idea y luego fui a casa. Había sobrepasado mucho mi toque de queda y me inquietó que mis padres estuvieran también dando vueltas a lo que me podía haber pasado. Abrí la puerta, caminé sigilosamente (lo sigiloso que se puede caminar cuando estás, digamos, chisposo) y fui al cuarto de mis padres, pobres, con insomnio por mí y preocupados.
Él roncaba; ella, como una marmota.
Mamá, papá, yo también os quiero.
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