Pablo Iglesias

Legislatura en modo off

Iglesias ha construido un relato con el que justificar su presencia en el Gobierno, auto proclamándose como una especie de guardián de las esencias de izquierda

El Gobierno es una bomba de relojería. A las tensiones entre PSOE y Podemos hay que sumar las que se van a generar por las elecciones catalanas y los temores internos a una próxima remodelación.

De momento, lo más evidente son los tres frentes abiertos por Pablo Iglesias: la Casa Real, las políticas sociales y mantener la mayoría frankensteniana. Pero lo que hay en la trastienda no tiene que ver con posiciones ideológicas sino con jugadas tácticas.

Iglesias no ha asaltado lo cielos como arengaba en los mítines del 15M, ni Ada Colau acabó con los desahucios, ni Irene Montero con las muertes machistas. Quiere el poder, pero no explica para qué, por eso ha construido un relato con el que justificar su presencia en el Gobierno, auto proclamándose como una especie de guardián de las esencias de izquierda.

De ahí la necesidad de ventilar públicamente sus discrepancias en torno a asuntos como el salario mínimo, la reforma de las pensiones o el precio de los alquileres.

Por otra parte, el acoso a la jefatura del Estado genera tres efectos que benefician al líder morado: abre una grieta en el seno del Partido Socialista, los equipos cercanos al presidente aplauden en silencio la estrategia podemista para reglas del PSOE clásico y genera polarización de la sociedad en dos bloques respecto a la monarquía y eso beneficia a Iglesias.

Por último, desestabiliza a la propia Casa Real internamente, que ha emprendido una campaña contra el emérito intentando enterrar los problemas con el destierro, sin darse cuenta de que van de la mano el desgaste de la institución y la persona.

Las elecciones catalanas supondrán un nuevo reparto de cartas. ERC quiere la presidencia y ha encontrado la estrategia correcta, apoya al PSOE a cambio de que Sánchez les proporcione una ventaja electoral frente a Puigdemont, eso sí, sin desviarse ni un milímetro del objetivo soberanista.

El último elemento de crispación es la probable próxima remodelación del Consejo de Ministros. Algunos están achicharrados, como Illa, y esperan la salida, otros, nunca encontraron su sitio, como Pedro Duque, que hizo un roto en el mundo aeroespacial y otro en la política cuando aceptó la cartera, y también están los que se han atrevido a poner algún pero a Sánchez y saben que eso se paga muy caro.

El mensaje que se ha empezado a trasladar desde el ejecutivo es que la legislatura empieza ahora, que este ha sido un año de descuento con la crisis sanitaria de la Covid 19, pero eso no es cierto porque, propiamente, lo que ha comenzado es el final de la legislatura con la confluencia de los tres frentes.

Nunca ha habido un proyecto político de gobierno, es una coalición en la que PSOE y Podemos son como el aceite y el agua y tampoco ha tenido apoyo parlamentario sólido porque socialismo e independentismo son antagónicos por definición.

Para lo único que ha servido todo esto es para satisfacer la ambición personal de Sánchez, ¿y ahora qué?