
Apuntes
Lo de Ucrania no va bien
Ni con cuatro millones de drones se ha podido parar a Putin
Cuentan desde los frentes ucranianos que lo de los drones es un verdadero horror. Que no es nada sencillo relevar tropas, suministrar munición y abastecer las primeras líneas porque siempre hay un bicho volador encima de tu cabeza, normalmente con tres o cuatro kilos de explosivos a la búsqueda de un objetivo. Las imágenes nos muestran arboledas cubiertas de finísimos hilos blancos, como de araña, que son los restos de los cables con los que se dirigen los aparatos para evitar las medidas de interferencias electrónicas o de radio. Eso en la línea de batalla, porque sobre la retaguardia caen otros drones, más grandes, autodirigidos e inmunes a la mayoría de los sistemas de interferencias, enviados en salvas para saturar las defensas y que los escasos y caros misiles balísticos o de crucero tengan despejado el camino. Es una batalla industrial en la que el gigante ruso, poco ágil, aferrado demasiado tiempo a doctrinas militares desechadas al primer contacto con el enemigo, parece que va ganando. Son los mismos rusos que en la Segunda Guerra Mundial, tras la paliza inicial, fabricaron en apenas tres años 84.000 carros T-34, 160.000 aviones de combate y medio millón de cañones y morteros. Ahora han aprendido en carne propia la importancia de acceder al club del dron -Ucrania ya había fabricado casi cuatro millones de unidades de todos los tipos- y es cuestión de poco tiempo que las líneas de producción alcancen la velocidad de crucero. Por supuesto, también han puesto en marcha la fabricación de munición de artillería, que los depósitos de Corea del Norte han quedado en las últimas, como pasó con los polvorines europeos. Si en España queda munición del 155 para más de una semana de combate, me parece mucho. Los ucranianos hacen lo que pueden y tiran de inventiva. Cubren tramos de carreteras con mallas metálicas de las que se usan en los cerramientos de parcelas, que aguantan has 55 kilos por metro cuadrado, para reducir el riesgo en las vías de aproximación al frente y cubren de lonas térmicas los puestos de observación y de control de fuego. Han matado a decenas de miles de rusos, han destruido divisiones completas de carros de combate, pero el peso del número se está imponiendo inexorablemente. Cuando se escriben estas líneas las fuerzas rusas habían perforado por varios puntos el frente del Donbás, como telón de fondo a las conversaciones con Trump, y no estaba siendo nada fácil detener su avance. Y a Europa y Estados Unidos se le van cerrando las opciones. Ni la UE ha sido capaz de imponer un bloqueo económico eficaz a Rusia, como el que se hizo con la Suráfrica racista, ni hay capacidad industrial para suministrar a los ucranianos los materiales que necesitan -misiles antiaéreos, cohetes y munición de artillería de largo alcance y dirección final por GPS- ni, por supuesto, estamos dispuestos a meternos de hoz y coz en el fregado, entre otras razones, porque sólo los norteamericanos tienen los aviones capaces de abrir camino a la infantería ucraniana y no están por la labor de desatar una guerra general con Rusia. Será Zelenski el que siga poniendo los muertos y contemplando las ruinas de sus ciudades. Por cierto, enternecedor el mensaje de apoyo de nuestro presidente del Gobierno al líder ucraniano, aunque no explicara por qué seguimos comprando gas a Putin.
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