Solidaridad

Ángeles

Ambos anfitriones han tenido un premio desmesurado y sorprendente

Un día que reposaba a la puerta de su tienda (los hebreos eran nómadas dos mil años antes de Cristo) Abraham acogió a tres misteriosos desconocidos. El Génesis precisa que fue «en la hora de más calor». Mi amigo Antonio ha hecho lo mismo en la hora de más frío, en plena nevada de Filomena, cuando albergó en su casa a un mendigo de la parroquia que se había quedado a la intemperie. Parece que la inclemencia favorece la hospitalidad.

Abraham pidió a su mujer, Sara, que hiciese pan y ofreció a los visitantes un becerro recién matado, requesón y leche. Antonio dejó cama y bañera al sin techo y compartió con él comida y ropa. Algunos dijeron que le faltaba un tornillo (a Antonio, no a Abraham, la gente de hace cuatro mil años no era tan crítica) y ambos anfitriones han tenido un premio desmesurado y sorprendente.

Los visitantes pueden ser ricos o pobres, despiadados o generosos. Los del patriarca judío resultaron ángeles y le anunciaron que tendría un hijo, Isaac, que inauguraría una estirpe inmensa. La cosa tenía guasa, porque Sara, la vieja esposa, estaba menopaúsica. No por eso dejó de tener el niño. En el caso de Antonio, el mendigo no ofrecía tantas dudas. Parecía terrícola, carecía de fondos y, eso sí, era de buen carácter, aunque hablara por los codos. Pero exactamente un mes después de la nevada, el pasado día 18, se ha presentado con cola y aperos en casa de mi amigo y le ha arreglado unas sillas que había comprobado que estaban rotas. Resultó que había sido ebanista fino antes de quedarse en la calle. Después ha abierto un par de bolsas de plástico y ha sacado un gigantesco volumen sobre Leonardo Da Vinci, de la prestigiosa editorial Taschen, y un juego de tazas de porcelana, que ha querido obsequiar a la mujer de Antonio. Ambas cosas se las había encontrado abandonadas junto a los contenedores de la caridad. Sara –también se llama así esta otra esposa– ha lavado las tazas con lágrimas en los ojos y ha comprobado que transparentan al sol como bellos granos de arroz.