Yihadismo

Un milagro en el desierto

En Mosul, un soldado entró en una casa musulmana, encontró a Cristina y se la devolvió a Adja.

Es muy difícil ponerse en el lugar de una madre a la que arrancan el bebé de los brazos. La mente de Adja Kadar es una madeja enrollada en torno a una jornada de agosto de 2014, en Mosul. A punto de subirse al autobús que los deportaba al Kurdistán, un yihadista le robó a Cristina, de tres años y, ante sus gritos de animal herido, espetó: “O te callas, o la mato”. Adja se atragantó con el mar de lágrimas y envejeció treinta años de golpe, hasta convertirse en una viejuca canosa y arrugada. El marido, con ojeras rojas, la mira desconcertado, porque no habla de otra cosa, porque su cerebro es una noria que gira en torno a aquel instante aciago. Fueron los propios vecinos de toda la vida, musulmanes avergonzados, los que vinieron a susurrarles: “Os tenéis que ir” y ciudades enteras -Homs, Qaraqosh, Mosul- se vaciaron de cristianos ancestrales, hijos de la primera predicación. Caminaron por el desierto ardiente hasta las montañas de los peshmergas kurdos. Conocí una anciana que anduvo tan duro que nunca más volvió a hablar. Atrás quedaron las casas, los colegios de los niños, los negocios, las carreras universitarias. Erbil ha sido un campo interminable de contenedores, con familias que dormían sobre colchones apilados y pinchaban fotos desvaídas en las paredes. Son gente rara, de una fe pétrea. La madre de uno de los 21 muchachos de naranja, cristianos coptos asesinados en el norte de Trípoli y filmados en un vídeo viral (en el que los captores, de negro, situados detrás, se disponían a cortarles la cabeza) amplió la imagen hasta ver los labios del hijo y musitó: “Benditos los asesinos, porque hicieron la grabación y veo que mi chico murió rezando el padrenuestro”.

El califato cayó, ese fuego del infierno, y las tropas iraquíes reconquistaron la llanura de Nínive, que visita ahora Francisco. “Es un sueño cumplido” dicen los que han vuelto. En Mosul, un soldado entró en una casa musulmana, encontró a Cristina y se la devolvió a Adja. Habían pasado tres años de aquel agosto.