Opinión

La vacuna, por Abel Hernández

Después de un año cohibido, tengo ganas de abrazar a la gente

Es una liberación. Después de un año largo con el corazón encogido por miedo a morir solo en la UCI de un hospital, sin los consuelos humanos ni espirituales, al fin respiro a fondo el aire de la primavera. Tengo la sensación de que soy un superviviente. Todo ha cambiado de pronto. La vida sigue. Salgo a la calle sin quitarme la mascarilla, pero mucho más seguro de mí mismo. Ya no rehúyo la cercanía de los que me encuentro en el paseo. Han dejado de ser una amenaza para mí. Quiero decir que tengo menos miedo a la proximidad, aunque procuro seguir cumpliendo las normas como si no hubiera pasado nada. Después de un año cohibido, tengo ganas de abrazar a la gente. Acaricio a los perros de los vecinos, que antes esquivaba. Vuelvo a escuchar con especial complacencia el canto de los pájaros. Ya no me molesta que el día que me muera ellos sigan cantando en el jardín. Leo sin sentir un nudo en el estómago el parte diario sobre los contagios y el lío de las vacunas. Fríamente, como si no fuera ya conmigo.

Es el milagro de la vacuna. Además de quedar inmunizado –eso espero–, te hace ver la vida de otra forma. Es un chute psicológico de optimismo. Es como volver de la guerra sano y salvo a casa, después de haber visto caer en la trinchera a miles de compañeros de tu quinta como moscas. «De esta me he librado», confiesas a la familia y a los amigos que te llaman. Siempre hay un cenizo que te advierte: «No te confíes». Es entonces cuando uno comprende que después de esta pandemia va a costar Dios y ayuda recuperar del todo la libertad y la confianza en nosotros mismos. Nada va a ser ya lo mismo.

Me han vacunado en el centro de salud más próximo a mi casa. Allí, en una sala amplia me he encontrado con mis coetáneos. Se sigue rigurosamente el orden necrológico; quiero decir, la fecha del DNI. El trato ha sido amable. «Siéntate ahí, cariño, –me ha dicho la joven enfermera– y descúbrete el hombro izquierdo». El pinchazo casi no se siente. El papel que te dan con el registro de vacunación, tanto la primera como la segunda dosis, es completo. No he sufrido efectos secundarios. Sólo el de la inmensa gratitud a la ciencia y a los sanitarios.