Política

La manipulación de la violencia en campaña

La elección es entre el progreso y la libertad que representa Ayuso y el desastre que llegaría de manos de Iglesias

Los ciudadanos somos, a veces, como marionetas en manos de intereses partidistas. Es fácilmente comprobable con el enredo organizado por «las cartas con balas». En primer lugar, hay que condenar que un loco, no cabe otro término, envíe una amenaza de estas características. Es cierto que me preocupan mucho más los que lo hacen y no avisan. Por fortuna, el ministro del Interior, la directora de la Guardia Civil y el líder de Podemos se encuentran entre las personas más protegidas de nuestro país. A pesar de ello, es repugnante que sean amenazados. Tras expresar mi rechazo más claro y contundente, hay que recordar que en esto de las amenazas hay ciudadanos de primera y de segunda. Lo digo con conocimiento de causa, porque he recibido tantos insultos y amenazas, al igual que otros compañeros periodistas, que las trato con manifiesta indiferencia. Ya saben ustedes el dicho de «perro ladrador, poco mordedor». Hasta me río de los correos que recibo. Otro grupo de segunda son los dirigentes de Vox o el PP que pueden ser insultados con absoluta impunidad, sus sedes pintadas con amenazas y sus actos electorales boicoteados sin que veamos el «escándalo» en la izquierda política y mediática.

Monasterio estuvo muy divertida cuando el viernes dijo «Iglesias, cierre la puerta al salir» que es lo mismo que éste hizo, cuando era vicepresidente, con su soberbia habitual, a Iván Espinosa de los Monteros en una comisión parlamentaria. No recuerdo que ningún editorial, artículo o comentario de izquierdas condenara el trato recibido por el portavoz del tercer grupo del Congreso de los Diputados. En cambio, ahora han salido todos como plañideras descalificando a Vox e intentando reeditar el cordón sanitario que en su día sufrió el PP en Cataluña. Es algo muy habitual en la izquierda. A nadie le escandaliza el poder de los comunistas, los populistas, los independentistas y los bilduetarras, pero en cambio hay que atacar al PP y Vox para impedir que Ayuso siga siendo la presidenta de la comunidad.

El esperpento llega al extremo de utilizar sistemáticamente las instituciones, una vez más con el fervoroso aplauso de la izquierda mediática, como se vio ayer llevando a un mitin a la directora de la Guardia Civil con el fin de aprovechar el tirón de «las cartas con balas». Por cierto, tengo mucho interés en ver cómo acaba la investigación sobre el indeseable que las envió y la sorpresa que causa que no haya ningún control en el servicio de Correos. Esto es lo más preocupante, incluso para los sufridos trabajadores de la empresa pública, porque podrían haber sido cartas bomba.

La izquierda y especialmente Podemos tenían un problema de movilización electoral. El debate fue un desastre y reforzó a Ayuso, hasta el extremo de que la propia encuesta organizada por el panfleto podemita le otorgaba un 58 por ciento frente al 30 logrado por el «gran timonel». Lo peor para Iglesias es el varapalo electoral que le puede dar Mónica García. Es una gran humillación y «a grandes males, grandes remedios». La solución ha llegado de la mano de «las cartas con balas» y hacer más bronco, todavía, la campaña insufriblemente agresiva diseñada por Iglesias. La izquierda mediática se olvida de los ataques que desató contra los periodistas y los medios de comunicación, pero sobre todo que la crispación llegó de la mano del nacimiento de Podemos. Tras el lío organizado en la Ser, algo que siento por Àngels Barceló, porque es una gran periodista y una buenísima persona, ahora hemos entrado en un todo vale para conseguir movilizar a la izquierda con el espantajo de que llega Vox. Por cierto, a Monasterio le importa poco, ya que está acostumbrada a los insultos y descalificaciones de los machos alfa de la izquierda.

Se ha dicho que es una formación indigna de tener funciones de gobierno, algo que no se dice de Podemos, los independentistas o los herederos de ETA. Los que quieren acabar con la democracia que llaman burguesa, la Constitución y la monarquía son para ellos más dignos que Vox. Por cierto, todos esos que les ríen las gracias, hacen editoriales, columnas o artículos, que viven cómodas vidas burguesas y disfrutan del capitalismo lo pasarían muy mal si gobernara el populismo de Iglesias. Es lo que sucedió en Venezuela. Las elites pijo-progres no se inquietaron con la llegada del golfo de Chávez y el indeseable de Maduro, pero luego perdieron sus medios de comunicación, sus empresas y sus comercios. Las clases medias venezolanas, incluidos los presentadores de televisión y los periodistas, no estaban preocupados porque creían que no iba con ellos, ya saben que es muy chic ser de izquierdas, hasta que lo perdieron todo. Los abogados se quedaron sin sus despachos, los profesores fueron depurados y los médicos expulsados de sus plazas. Fue la gran aportación del populismo bolivariano, del que se beneficiaron tantos podemitas, a la democracia y las libertades.

La «batalla de Madrid» es la última trinchera frente a este comunismo intervencionista que quiere gobernar con Gabilondo como presidente. La elección es entre el progreso y la libertad que representa Ayuso y el desastre que llegaría de manos de Iglesias. La una defiende la democracia y el otro la cuestiona porque es un instrumento inútil que impide el triunfo de su concepción totalitaria. Por ello, espera que el radicalismo y los ataques a Vox movilicen a la izquierda, con la inestimable ayuda de los periodistas que muestran una inquietante miopía. No se dan cuenta de que perderán mucho si tenemos un gobierno socialista comunista en Madrid. Hay quien piensa que el papel de Iglesias no sería relevante, pero olvidan que Más Madrid, aunque tenga una cara más amable, es exactamente lo mismo. La manipulación del repugnante incidente de «las cartas con balas» busca estigmatizar a Vox, movilizar a sus votantes y, sobre todo, impedir que Ayuso pueda gobernar. Es una consecuencia de su victoria en el debate electoral.