Israel

Tiempos extraordinarios

De los ocho partidos que forman la coalición, tres están encabezados por líderes que en su momento fueron protegidos de Netanyahu, lo que le da a la maniobra un aire de vendetta

Después de doce años en el poder, Netanyahu y el Likud, el partido conservador, dejan el gobierno. Lo hacen después de una gestión extraordinaria. Entre los logros, compartidos con el Ministerio de Defensa y la industria tecnológica del país, está el dispositivo de defensa anti misiles que ha permitido neutralizar en buena medida los recientes ataques con cohetes –más que misiles– lanzados desde Gaza. También han logrado detener una posible tercera intifada, que era lo que se buscaba con los ataques de Hamas, aprovechando la impopularidad de la Autoridad Palestina y su líder Mahmud Abás, que lleva sin convocar elecciones desde 2005. Otro de los logros del gobierno de Netanyahu es la ejemplar campaña de vacunación, y la capacidad para aprovecharla en pro de la recuperación económica. Y por si todo esto fuera poco, los acuerdos de Abraham con diversos países árabes han normalizado la relación de Israel con parte de sus vecinos y han sobrevivido a una primera prueba de fuego, como ha sido la ofensiva de Hamas.

Lo relevante del caso, quizás sintomático de los tiempos que corren, es que un gobierno con esta ejecutoria no haya conseguido aumentar su respaldo ni consolidar una mayoría gubernamental. Tampoco ha sido vencido en las urnas, y la coalición que lo sustituye parece unida más que nada por el deseo de sacar del poder a Netanyahu. Aun así, la coalición responde a la sensación de bloqueo más que justificada por las cuatro convocatorias electorales de estos dos últimos años.

La nueva coalición no constituye una alternativa ideológica al Likud. La izquierda no es el motor del cambio, y el antiguo laborismo, tan brillante en otro tiempo, sigue bajo mínimos por su empeño en negociar con quienes no quieren negociar, como son los palestinos. Eso sí, se ha sumado al movimiento anti Netanyahu. De los ocho partidos que forman la coalición, tres están encabezados por líderes que en su momento fueron protegidos de Netanyahu, lo que le da a la maniobra un aire de vendetta. De los tres –Avigdor Liberman, Gideon Sa’ar y Naftali Bennett– el último parece que va a suceder a su antiguo jefe, aunque sea con un respaldo mínimo de siete diputados. El primer cambio será por tanto la llegada de un nacionalista religioso a la presidencia del gobierno.

Otra novedad es la incorporación de un partido árabe israelí. No resulta algo tan nuevo, porque la Lista Árabe Unida lleva en la Knesset, el Parlamento de Israel, desde 1996 y ya Netanyahu había querido incorporarla a su gobierno. Responde, sin duda, a los recientes enfrentamientos entre árabes y judíos –compatriotas israelíes– que tanta preocupación han suscitado. Aun así, estos episodios de violencia pueden ser interpretados como el estallido de un conflicto larvado, pero también como el efecto de un reajuste dentro de una independencia cada vez mayor, que plantea nuevas necesidades políticas a las que podría dar cauce la nueva coalición, si sobrevive a las contradicciones y a las trampas que se le van a tender en el camino. Algo nada fácil, y que exigirá bastante más que la animadversión hacia el veterano primer ministro.