Isla ignorada

La isla sin libertad es, a pesar de sus pesares, una tierra de alma feliz, «que tengo el arte de ser dichosa y pobre al mismo tiempo», escribiría Gloria Fuertes. Generaciones de tiranos llevan décadas esclavizando a sus habitantes, en nombre del comunismo. La misma pandemia que a nosotros nos ha tumbado, a ellos les mata cada día más, de hambre y de rabia. Sin un turismo que les ampare ha estallado el polvorín inevitable: las calles transitan de la resignación a la rebeldía, los más jóvenes explican al mundo sus penurias mientras pueden comunicarse, desde las redes sociales. Y el mundo, por un momento, devuelve su mirada a la isla ignorada del poema, y aquellos que algún día la visitaron sienten una punzada de pena y nostalgia cuando ven de repente, en directo, cómo unos agentes del régimen se llevan detenida a una youtuber en un vehículo blanco, de los años cincuenta. Ahí se quedaron todos retenidos, en el siglo pasado. No han crecido porque no les han dejado. Demasiados intereses económicos, internos y externos, asfixian a Cuba. Una dictadura pura y dura. «Quien lo probó lo sabe», remataría Lope de Vega.

Desde el otro lado del charco, una agradece vivir en esta España democrática –aunque algún político malintencionado lo haya cuestionado– y empobrecida –véanse los últimos datos del INE–, que espera con los brazos abiertos los fondos europeos de la salvación.

Sumergidos ya bajo la quinta ola del coronavirus, con la incidencia por las nubes otra vez, aún sin una ley nacional que gestione crisis sanitarias, los presidentes autonómicos andan muy perdidos. Este Gobierno debería emplearse en sacarla adelante, con el máximo consenso, en vez de revolverse por la cuestión que nos ocupa la semana, a toro pasado. ¿Estado de alarma o el estado de excepción? El Tribunal Constitucional, finalmente, ha contestado que, en la primera ola, lo suyo habría sido lo segundo. Es cierto que los magistrados han llegado a esa resolución tarde y divididos, ¿pero a qué viene semejante pataleta del Gobierno? Cuidado con lanzar ciertas acusaciones al poder judicial, solo por cumplir con su trabajo.