Afganistán

¿Qué será de Afganistán?

¿Que cuánto ha costado el esfuerzo? El vidas humanas y en dinero, los 20 años de tutela internacional han salido carísimos. España ha perdido a más de cien personas

«¿Y qué les va a pasar a las mujeres en Afganistán?»

Mercedes es ganadera en el norte de España. Sigue las noticias por la televisión y la radio que le acompaña cada noche a la hora de dormir. Le dispara la pregunta a un periodista amigo que pasa largas temporadas en el pueblo. El interpelado medita la respuesta para tratar de situarla en los límites de lo verosímil, entre el más negro de los temores y la posibilidad de que la enorme presión internacional a la que se está sometiendo a los talibanes alivie el filo de las exigencias de la «sharia».

«¿Dejarán de trabajar, de estudiar, de salir de casa?»

«Témete lo peor» responde él.

Solo el inesperado giro de la Historia, con el derribo en apenas unos días de veloz avance talibán de todo lo levantado en veinte años de presencia extranjera, y el desconcierto y la ira que ello ha provocado en gobiernos y ciudadanos de todo el mundo, puede atemperar la trágica oscuridad del régimen que quieren volver a imponer los radicales islámicos. Tras la sorpresa ha venido la reacción y la presión internacional. No ha habido una condena explícita, pero sí serias advertencias y una oleada de solidaridad popular suficientemente sonora como para obligar a ciertos compromisos verbales de moderación por parte del nuevo poder en Afganistán.

Frente a quienes sostienen que la presencia occidental fue solo fruto de los intereses imperialistas de Estados Unidos y el seguidismo de la OTAN, cabe colocar el sincero interés del mundo civilizado por armar en Afganistán un sistema democrático lo más equiparable posible a los nuestros. Ciertamente, también por intereses estratégicos, pero sin eludir un compromiso de consolidación democrática por parte de occidente. Ni blanco ni negro, ni todo gris, sino con los matices del ajedrez internacional, le explica el periodista a Mercedes que sigue interesada y atenta sus explicaciones. ¿Que cuánto ha costado el esfuerzo? El vidas humanas y en dinero, los 20 años de tutela internacional han salido carísimos. España ha perdido a más de cien personas entre soldados, policías, guardia civil o traductores e intérpretes. La coalición internacional ha enterrado a más de 1.500 y Estados Unidos, 2.400 soldados. El coste económico es difícil de calcular, pero no baja de los dos billones y medio de dólares. Todo esto, masculla Mercedes ante su interlocutor y el resto del grupo reunido en torno a una mesa con tortos de maíz y un arroz con leche de celestial factura, para nada, ¿verdad?, porque estamos de nuevo en la casilla de salida. O peor, añade alguien más del grupo, porque hay una estructura entrenada para imponer la ley islámica, que se fraguó en Al-Quaeda y desarrolló músculo en el Estado Islámico de Siria e Irak, el bastión terrorista internacional eliminado hace tres años por esa alianza ahora cogida a contrapié. No hay certeza sobre lo que realmente va a suceder, tan solo un temor que se cristaliza en la desesperada marea de personas que quieren salir del país decididos a no revivir una imposición de leyes medievales que anula el criterio general, la libertad de pensamiento y hasta le existencia misma de las mujeres, las grandes derrotadas de esta infamia de abandono internacional. Las potencias, España entre ellas, están sacando del país a quienes colaboraron con ellas durante las dos décadas como traductores, guías, chóferes o simplemente personas comprometidas con el cambio democrático. Todas ellas, por el simple hecho de haber prestado servicios al «invasor», arriesgan sufrir tremendas represalias. La vida, incluso. Mercedes recuerda haber leído en tuiter o en Facebook algo sobre que sólo se podría rescatar a quienes de ese colectivo y sus familias estuvieran en Kabul, la capital. El resto quedaría al albur de la represión talibán. Alguien pone entonces en valor el gesto del embajador español, Gabriel Ferrán, que anunció, y está cumpliendo a fecha de hoy, que no abandonaría el país hasta que no lo hiciera el último de los aviones de rescate, hasta que no se agotaran los esfuerzos para sacar del país, no solo de Kabul, a las decenas de personas y sus familias que le hicieron a España la vida más fácil en los años de compromiso con la paz en Afganistán.

Alguien se incorpora en ese momento a la reunión y el diálogo se orienta hacia otros derroteros: el tiempo en el norte, la torpe intolerancia de algunos turistas que van por ahí buscando lo que no hay. Mercedes desconecta porque su mente y su corazón se han quedado a 6.000 kilómetros de allí. Nunca estuvo en Afganistán, aunque conoce alguien, una vieja amiga del colegio, que pasó unos meses como cabo en una de las bases españolas. Recuerda que le habló de dolor y sacrificio, del sentimiento de gratitud y esperanza de un pueblo. Le dijo también que había secretos que no podía contarle, pero sí asegurar que todos creían estar sirviendo a su país y a aquella gente. Hoy les hemos dejado solos. Están lejos, pero les dimos esperanzas. ¿Qué será de las mujeres? ¿Qué será de Afganistán?