Opinión

Hay silencios que matan

Sánchez debe fijar la posición política del ejecutivo y, por ende, del país con respecto a la situación en Afganistán. El silencio es inadmisible

Las grandes operaciones políticas internacionales siempre dejan víctimas. Los mismos que defendieron las intervenciones militares en Irak o en Afganistán, miran hacia otro lado ahora, que los talibanes han tomado el control y van a sumir a la población en la barbarie.

La guerra fue un despropósito, ni armas de destrucción masiva, ni democratización de los ocupados, ni tampoco han conseguido frenar el avance del fundamentalismo, convertido en el veneno que los fanáticos inoculan sobre la pobreza y la miseria.

Las guerras solo se provocan cuando hay dinero en juego. Que Afganistán se entregue al extremismo islámico, debe ser porque ya no hay intereses económicos que defender con modernos misiles o porque hay nuevos acuerdos geopolíticos que hacen que la prioridad sea otra. El caso es que los gobiernos democráticos no están dispuestos a hacer nada.

Los fanáticos han aprendido a no contar sus verdaderas intenciones y a utilizar las redes sociales como canales de difusión. Buenas maneras y palabras medidas para intentar minimizar el rechazo que generan. Es solo una táctica, el fundamentalismo es una aberración contra los derechos de la persona y representa la simiente del odio y la violencia.

Sin embargo, su promesa de que nadie tiene nada que temer lo aprovechan, como hipócritas, los líderes mundiales de países democráticos, abriendo un falso debate sobre si esta generación de talibanes es más o menos moderada que las anteriores.

Los que han podido, han huido del país pero, precisamente, los que no lo han hecho son los más vulnerables, sus vidas corren más peligro y si no se han marchado es porque ni siquiera pueden plantearse la fuga.

Las mujeres, son las grandes perdedoras, como casi siempre. Se les ha arrebatado cualquier oportunidad de futuro y si se han visto pocas en los aeropuertos, es porque la posibilidad de sobrevivir también es una cuestión de desigualdad.

Luchar por la igualdad es oponerse a un régimen que vetará el acceso de las niñas a las escuelas, que impedirá a las mujeres incorporarse a un puesto de trabajo y que el sometimiento será sinónimo de una vida de vejaciones. Para ello, no hace falta un estéril debate sobre el lenguaje y el género de los sustantivos, se trata de la vida de seres humanos.

Todas las mujeres están condenadas a pena privativa de libertad en este nuevo Afganistán. Parece una causa obligada para movimientos pro derechos humanos, feministas y de igualdad pero también para los partidos políticos que dicen representar esos valores.

Un gobierno socialista no puede permanecer impasible ante semejante situación. Es cierto que la influencia de España en la comunidad internacional quedo bien clara en la cumbre Sánchez-Biden, diez segundos de paseo por el pasillo de un hotel y un presidente de EEUU que no puede recordar el rostro del español porque ni siquiera le dirigió una mirada.

Pero el presidente del gobierno debe fijar la posición política del ejecutivo y, por ende, del país. El silencio es inadmisible, es una cuestión política pero sobre todo ética.