Medio Ambiente
El paisaje profanado
No es asunto menor. El paisaje es lo último que nos queda
He vuelto a ver los álamos del Duero. Después de la larga ausencia impuesta por la pandemia, he podido reencontrarme con el paisaje familiar. A estas alturas del duro agosto, los campos están calcinados, de un amarillo pajizo alegrado, aquí y allá, por el verde luminoso de las choperas, las manchas de pinos y los grises encinares de las laderas. En El Valle, al pie de la Cebollera, la fresneda y el robledal custodian los prados. Más arriba, subiendo a los puertos, brillan los acebales entre las parameras, y cruzado el puerto de Oncala, el terreno se vuelve abrupto y montaraz, más puro y limpio, como de país recién nacido, que dijo el gran Gerardo Diego. Cualquier viajero con sensibilidad que recorra estos parajes de las Tierras Altas se llevará las manos a la cabeza cuando se entere de que hay en marcha un proyecto que profanaría este paisaje único, uno de los últimos espacios incontaminados, con una rica biodiversidad, poblándolo de gigantescos aerogeneradores y paneles solares, desventrando los montes y las sierras y atravesando el aire con cables de alta tensión. Sería la culminación de la completa despoblación de una comarca singular que fue el corazón de la Mesta.
Los promotores de semejante desastre se aprovechan de que apenas queda gente en estos pueblos, quintaesencia de la España vaciada, por lo que no encontrarían la resistencia de otras partes. Lo que he visto es que se han movilizado las asociaciones, esos admirables instrumentos de resistencia a morir que han proliferado con interesantes programas culturales y espíritu numantino hasta en la última aldea. Se ha creado un poderoso frente de resistencia a la invasión, reforzado por representantes del mundo intelectual. «La industria eólica nos echa de los pueblos», es uno de los eslóganes. Un destacado ornitólogo me dice: «Quieren ocupar las únicas zonas sin molinos de Tierras Altas. Esta mañana he estado en Sarnago. Voy un par de veces al mes porque estoy colaborando en el estudio de aves previo que todos estos parques necesitan. Y estoy horrorizado con la sola idea de que vayan a poner molinos en el cordal de la Alcarama hasta Acrijos. Sería la puntilla a la sierra. Hoy había miles de hocetes –vencejos–, aviones y golondrinas cazando hormigas aladas por encima del monte. Voy a hacer todo lo posible para evitar esta barbaridad». No es asunto menor. El paisaje es lo último que nos queda.
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