La Palma
La voz desde el infierno
Desde el corazón de la tragedia, la radio, que emite el ronco y amenazador sonido del volcán, sugiere una mirada distinta a lo que contamos y escuchamos cada día
La televisión inunda los espacios de la luz rojiza e infernal de la lava derramándose montaña abajo en La Palma. La intensa fascinación que provoca el fuego, el lento y continuo fluir de un magma incandescente que brota de la entraña de la tierra, es un espectáculo tan insólito y sobrecogedor que en algún momento llega a nublar la angustia por sus consecuencias. Pero su sonido no. El constante rugido del volcán, el ronco surgir de la lava, del humo y la ceniza, disipa todo el silencio de las horas y no hay una en que no recuerde que está ahí y sigue enfurecido, devastador. La radio emite su nota de trueno infinito y uno puede quizá imaginar lo que es convivir con él constantemente. El sonido trae el miedo.
Melisa cuenta en la radio que sus vecinos, los de Los Llanos, Taraconte, La Laguna, no se acostumbran a haber perdido el silencio de la noche y el descanso. Aunque eso sea quizá lo menos valioso de lo que han perdido. Melisa ha vuelto a Madrid por asuntos de trabajo. Antes ejercía allí la responsabilidad de diputada en el Congreso. Recuerda la radio que lo era de Ciudadanos, pero que hace algunos meses dejó la política. La diputada inglesa, la llamaban, porque nació y vivió hasta los quince años en el Reino Unido. Sus padres eran emigrantes palmeros, y un día consiguieron su sueño de regresar a casa. La niña tenía quince años y empezaba una nueva vida en un mundo que no le era ajeno aunque hubiera crecido lejos. Eso querían regalarle. Hoy la lava se ha comido ese mundo y toca volver a andar desde cero.
Melisa confiesa que es la primera vez en el último mes que duerme en silencio. Su voz suena serena, cargada del amargo aplomo de quien sufre un golpe extremo. Ha perdido su casa, la lava ha devorado también la de sus padres. Ahora empiezan de nuevo en otra que han alquilado en el norte de la isla, lejos del volcán. Respiran porque ha pasado la incertidumbre. Sí, y es peor ésta que la propia tragedia que presagia. Mucho peor, porque te mantiene en la angustiosa duda del cómo y el cuándo, en la esperanza inútil de que a ti no te ocurra, y vives horas de constante zozobra que no dejan de doler hasta que llega la certeza. Sólo se puede volver a empezar cuando todo ha terminado.
Melisa dice que las ayudas llegan despacio o son escasas. Pero no habla de política, salvo que se entienda su exigencia de compromiso verdadero como una reivindicación. Entonces sí. Pero se nota que además del silencio, el sordo y permanente rugir del volcán disipa también el otro ruido del debate político al que ella estaba acostumbrada, en el que participaba desde su tribuna de representación. Al oyente le resulta su discurso presente muy alejado de las guerras de egos e intereses, de los conflictos partidarios o de gobierno que es la cantinela que resuena alrededor de nuestra vida cotidiana cuando nos asomamos a los medios. Que no es que carezca tal discurso de importancia, claro que no, ¿cómo no va a tener enjundia lo que nos cuesta la luz o el pulso en el poder ejecutivo por ver quién manda y si se le informa o no adecuadamente?, pero que se reubica en el orden de las cosas algo menores cuando uno se enfrenta a la devastación propia o le lleva la empatía a sentir un solidario afecto por quienes la sufren.
Melisa ha recolocado su vida y sus palabras invitan sin decirlo a que los demás nos propongamos ese ejercicio. Su relato personal de sufrimiento lleva inevitablemente a entender su queja serena pero contundente sobre el olvido que amenaza a los palmeros que ven que las primeras ayudas recibidas son absolutamente ineficientes entre otras cosas por los cálculos que se hacen para el reparto. No se muestra combativa, simplemente envuelta en una verdad incuestionable, porque es también la suya: se representa a sí misma mucho más de lo que ha hecho ella o cualquier político en ningún otro momento.
Es una verdad perceptible para el oyente, desnuda de cualquier impostura o matiz forzado por disciplina partidaria o de gobierno. No busca protagonismo ni ambiciona doblegar al adversario. Como hubiera sucedido a cualquiera, la adversidad ha resuelto cambiar su vida. Hace tiempo que dejó la política o que la política la dejó a ella, es igual. La última vez que estuvo en ese programa de radio, se batió contra el enemigo de partido fijando posiciones sobre el futuro de la economía. Hoy trata de encontrar el recurso económico para afrontar su propio futuro.
Desde el corazón de la tragedia, bajo la fascinación de los ríos de lava que brota del infierno, la radio, que emite el ronco y amenazador sonido del volcán, sugiere una mirada distinta a lo que contamos y escuchamos cada día. Que quizá para contar y vivir los problemas de verdad, lo que a quienes representan y nos dirigimos aprecian como cercano, no sería necesario vivirlo en primer persona. Simplemente prestar más atención.
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