Obituario

En defensa de Georgie Dann

Notas del 4 de noviembre, esquela de Georgie Dann y corona de flores a los pies de la tumba del verano. Hay funeral por julio y por agosto, por el primer baño del verano y por el amor de verano y el tinto de verano y todas las cosas del verano. Al este de Madrid, desde la buhardilla, la M40, suena casi a playa lejana.

En los periódicos aparece el careto de Georgie Dann, una de esas caras de cruce de mil otras caras, casi de domador de leones del circo o quizás un poco de cara de Arcadi Espada. No, es de esas que salen en el National Geographic cuando los científicos reconstruyen los rostros de personajes históricos y te dicen que esta era la cara que tenía el rey fenicio fulanito, el emperador o el faraón de la dinastía tercera, y los mira uno y todos son clavados a Georgie Dann.

Una vez lo vi actuar en Pamplona, concretamente en la plaza de la Cruz a la salida de los toros. Mi prima Rita y yo íbamos camino del restaurante Alhambra a ver a Iñaki Idoate y llevábamos el galope cambiado, como es natural dadas las circunstancias. Dann cantaba en un concierto genuino de los suyos, con baile de las características gogós con piernas largas. En el público, los viejicos arrimaban lo que les quedaba de vida. En los efluvios de la sangría de los toros, de pronto tomé conciencia gravemente de que estaba ante una civilización a punto de extinguirse.

Cómo se reía la gente cool de Georgie Dann, presa fácil de snobs y culturetas de tercera que se enorgullecían en no participar en aquella fenomenal coreografía popular, una conga en la que se unían el obrero, el marqués, el hijo y el padre. A estas alturas habrán adivinado que vengo en defensa de Georgie Dann, representante de un tiempo hoy definitivamente cancelado, donde hacía calor y la música era sencillamente un medio para divertirse y un regreso a la inocencia. Las canciones no encerraban una reflexión necesaria sobre la violencia, una confesión sobre el trauma del cantante o una llamada de atención sobre la salud de los océanos, que es lo que son ahora, no. Decía: “La barbacoa, la barbacoa, la barbecue”, y ya está, y en ese momento, la romería del pueblo era mejor que Copacabana. He vuelto a escuchar en la radio la letra de El Chiringuito: “Las chicas en verano / No guisan ni cocinan / Se ponen como locas / Si prueban mi sardina”. Hoy no se podría decir ni chicas, ni cocinan, ni locas y mucho menos, sardina.