Vida cotidiana

Descorchando champán

El vaticinio pospandémico se bifurca en una encrucijada inédita que desdobla el estado de ánimo

En lo más duro de la pandemia una esperanza se extendía en forma de augurio. Cuando todo esto pase, se escuchaba, el mundo vivirá una gran eclosión: desenfreno, excesos, derroche. Una vía de escape para compensar los meses, largos, de contención y sufrimiento a la que los expertos ponían un nombre concreto: íbamos a recrear los felices años veinte del siglo pasado. La coincidencia en el calendario, tan obvia, ayudaba a que en la percepción colectiva se fuera interiorizando que algo mejor o más divertido o más frívolo se impondría tras los estragos del coronavirus. Que el gran Gatsby con su ritmo de jazz despreocupado, sus noches sin fin y sus promesas de nuevos comienzos nos aguardaba para superar el «shock» pandémico. Quizá contemplar ahora la vitalidad renovada de calles rebosantes, la euforia de viajes recuperados, el ocio vibrante que nos interpela en cada esquina, quizá, todo esto nos demuestre que sí, que atravesamos un ímpetu parecido al de aquella década alocada. Aunque si ajustamos bien el retrovisor, el enfoque resulta algo distinto y, al esquivar esos fuegos de artificio, es posible que la representación que aparezca ante nuestros ojos sea más bien la de los críticos años setenta. Mientras los economistas intentan acordar si la recuperación se parece a una «V», a una «W» o incluso al símbolo de Nike, la conjunción de la inflación, el aumento del coste de la energía y los cuellos de botella en las cadenas de suministro se convierten en la evocación casi perfecta de las crisis mundiales del 73 y del 79. Y es ahí donde el vaticinio pospandémico se bifurca en una encrucijada inédita que desdobla el estado de ánimo, ese afán optimista inherente a la condición humana, y las circunstancias, tozudas, que se empeñan en enturbiar las ansiadas mejoras hasta bien entrado 2022 o 2023. Entre profecías, estadísticas, deseos y gráficas tendremos que aclararnos y decidir si queremos que la próxima crisis (sea cual sea y llegue cuando llegue) nos encuentre ya descorchando champán. Por si acaso.