Vacunación

España y el optimismo

Frente a ese chamanismo ancestral que sacude a Europa, causando verdaderos problemas de convivencia, España da una lección y emerge como excepción sociológica

¿Sabía usted que hoy tiene 37 veces menos probabilidades de que le alcance un rayo que si hubiera vivido en el siglo pasado? ¿O que el coeficiente intelectual global sube tres puntos cada década? ¿Es consciente de que el tiempo que empleamos en lavar la ropa se ha reducido hasta una hora a la semana desde las más de once de 1920? Estas estadísticas (y otras muchas) son la base sobre la que el psicólogo estadounidense Steven Pinker desarrolla su teoría sobre el imparable avance de la humanidad, sobre la constante prosperidad que nos acompaña y con las que refuerza su visión abiertamente positiva del mundo: «Ser optimista es ser realista», repite. Pero frente a la nitidez de los datos que avalan el progreso, la involución, a veces, se empeña en imponerse: las protestas que recorren estos días las principales capitales europeas contra las medidas para frenar la covid cuestionan el grado de desarrollo de las sociedades supuestamente más avanzadas del planeta. Que la cuna de la civilización se vea acorralada por el inexplicable retorno a una tribu negacionista que lanza consignas como si brotara una versión pandémica de Mayo del 68 o por la proliferación de las «corona-fiestas», en las que contagiarse se impone como salvaje alternativa a la vacuna, abre un escenario más que desalentador. Es la consagración de la ignorancia. Aunque frente a ese chamanismo ancestral que sacude a Europa, causando verdaderos problemas de convivencia, España da una lección y emerge como excepción sociológica. La espontánea disciplina de unos ciudadanos que han entendido que inocularse, sin incentivos ni obligaciones, equivale a la salvación colectiva, a recuperar la vida previa, aquella que teníamos a comienzos de 2020, y que con casi el 80 por ciento de vacunados confirma el valor de la razón y la ciencia, demostrando que el optimismo, aquí y ahora, sí es el nuevo realismo. Va a resultar que Pinker tiene algo de español.