Lotería de Navidad

Lotería

Grandes golpes de fortuna en los que una carambola se impone a la tiranía de las probabilidades matemáticas y adelanta un devenir distinto

Cada 22 de diciembre, no puedo evitarlo, pienso en Dostoievski. En concreto, en aquel gélido día de 1849 en el que el escritor ruso estuvo a punto de ser ejecutado, junto a un grupo de intelectuales, por una supuesta conspiración contra Nicolás I. Tras diez minutos ante el pelotón de fusilamiento, un jinete irrumpió en la plaza Semionov de San Petersburgo con una carta del zar en la que indultaba a los acusados: el azar, la suerte o la mera casualidad se encargaron de que la joven promesa de las letras rusas dispusiera del tiempo suficiente para convertirse en el genio inmortal en el que se transformó y pudiera legarnos «Crimen y castigo» o «Los hermanos Karamazov». Aquel giro de la historia (tan relevante que Zweig lo rescató y lo incluyó como uno de sus catorce «Momentos estelares de la humanidad») se erige en alegoría de esos acontecimientos que marcan un punto de inflexión, que alumbran la chispa de un nuevo destino o, más bien, de uno diferente. Y cómo no evocarlo, precisamente, el día en que la lotería de Navidad, esa tradición española estrenada en Cádiz en 1812, regala tantos vuelcos vitales en apenas segundos: los que tarda el número de un boleto en anticipar otro futuro. Grandes golpes de fortuna en los que una carambola se impone a la tiranía de las probabilidades matemáticas y adelanta (o, al menos, puede adelantar) un devenir distinto. Las imágenes de celebraciones y euforias, que se repiten incluso en la era pandémica, nos conectan con esas otras suertes, menos obvias y exaltadas, más cotidianas, que van cambiando trayectorias y recorridos con mucha más sutileza y discreción. Cuando uno de esos hechos poco probables o excepcionales sucede, conviene estar bien atentos para no esquivar todas las posibilidades que abre ni las oportunidades que anuncia. Como aquella lotería que le tocó a Dostoievski. Y como la que un día cualquiera nos puede sorprender también a cada uno de nosotros, aunque, a veces, estemos tan distraídos esperando la gran señal que no reparemos en las más pequeñas.